Cómo debería ser el próximo presidente

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Si en lugar de seguirse el procedimiento rutinario de hacer dos o tres elecciones nacionales consecutivas se seleccionara al próximo presidente mediante algún tipo de inteligencia artificial, ¿qué dones se les exigiría poseer a los postulantes?

Por supuesto, previamente habría que cargarle a la computadora la experiencia histórica completa del país (de Rivadavia a Fernández), el estado actual de las cosas, empezando por la inflación, la pobreza, la indigencia, los planes, los cortes, la baja calidad institucional, el blindaje partidario de los corruptos, los niveles de intolerancia social, el fraccionamiento, el sordo enojo con la dirigencia política, los datos precisos de los jóvenes que emigran. Y la prognosis. Incluidas decisiones inexorables que deberá tomar quien venga en diciembre, cualquiera fuere su ideología (por ejemplo, en materia de compromisos financieros hasta 2027), y los monumentales consensos que le hará falta enhebrar al presidente seleccionado. Además de consignarse las rudas amenazas ya anticipadas para quien osare impulsar reformas estructurales.

Está claro que el primer requisito a cumplir por un gobernante en una democracia es la representatividad. Eso nadie lo discute. Pero acá solo se trata de un ejercicio de simulación. Un desdoblamiento incitado por esa fractura manifiesta que resumió Menem con sabiduría de Viejo Vizcacha: ganar las elecciones es una cosa, gobernar es otra. El último experimento agravó esta patología de la política. Ahora mismo la escisión, impúdica, quedó a la intemperie.

Pensemos por un rato, pues, solo en la parte de gobernar, que no es precisamente un accesorio de la compulsa electoral, sino, en todo caso, lo inverso. Para nadar en la marejada proselitista parece haber muchísimos políticos de alto rendimiento. ¿Cuántos saldrían airosos de la experiencia gubernativa? Resulta curioso que el puesto de presidente de la Argentina, cada vez más arriesgado, más exigente en términos de alcanzar el éxito, siga siendo tan codiciado. Pero ese ya es otro tema.

¿Tendría que ser el próximo presidente una persona muy instruida? ¿Alguien con dotes carismáticas extraordinarias? ¿Un encantador de serpientes? ¿Un veterano de mil batallas? ¿Un ser casi celestial? ¿Virginal? ¿Paternal? ¿Un técnico omnisciente? ¿Un políglota?

A diferencia de lo que sucede con las búsquedas de personal administrativo más o menos calificado, la Constitución no pide para ocupar el llamado sillón de Rivadavia manejo de...

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