Darín y el drama nacional de tener criterio propio

La dramática peripecia de Jorge Davel, el actor maduro que había dejado atrás los buenos tiempos de galán y que en los años 40 merodeaba el desempleo y el olvido, da un giro inesperado cuando le ofrecen encarnar a Catón en una obra de teatro mediocre. Davel, sin embargo, le confiere a ese gran personaje romano una convicción total, y la "nobleza del héroe dispuesto a morir por la libertad republicana" comienza a tener un público cada vez más entusiasta y emocionado. La obra trata sobre la Roma Antigua, pero la gente lee en ella la resistencia moral a los avasallamientos que estaba llevando a cabo por entonces el régimen peronista. Producida la Revolución Libertadora, Davel se transforma para los vencedores en una especie de involuntario adalid. El viejo actor acepta los agasajos, pero aclara que no participa de la política sino del arte, y su estrella lentamente vuelve apagarse en la escena nacional. Hasta que de pronto regresa con Catón, y el público noche a noche lo va ovacionando, no cómo acto reflejo de la anterior lucha, sino como guiño solapado de una nueva resistencia. La resistencia peronista. Los peronistas ven en la gesta de Catón la gesta de los hundidos y de los innombrados. "A mí me duele que un actor con el que tuvimos tantas atenciones ahora se preste a que lo usen contra nosotros -exclama uno de sus antiguos apologistas-. Veo su proceder con cierta amargura."

Nunca conviene contar el final de un cuento; sólo diré que es trágico. "Catón" resulta ser uno de los más brillantes y a la vez menos reconocidos relatos de ficción de Adolfo Bioy Casares, y aunque jamás se nombra en sus páginas al peronismo ni al antiperonismo, la trama los alude de manera evidente.

Darín no es Davel, pero esta fábula sobre el teatro y la división de un país, y acerca del uso y abuso que hacen los enemigos en pugna de los actores populares, guarda un cierto aire de familia con los tristes episodios de estas semanas. "Me sentí usado", dijo Darín en su reaparición, después de casi diez días de haber sido "marcado" por una carta que firmaba la mismísima presidenta de la Nación . Esa carta, que Suar calificó como una "psicopateada" , intentaba tres cosas: relativizar las sospechas sobre el meteórico crecimiento patrimonial de la familia gobernante, desacreditar a la figura que había puesto el dedo en la llaga y lograr un efecto ejemplificador sobre el resto de la colonia artística.

¿Qué pasó en los días posteriores a ese "amable" linchamiento? Lo primero...

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