El día a día de una líder comunitaria

Rompieron el molde de lo establecido, se sacaron de encima el polvo de lo imposible, pusieron en marcha el engranaje de la empatía y se entregaron a hacer lo que mejor saben hacer: luchar por la justicia social y ayudar a los demás.No fue un mandato divino ni una casualidad del destino. Cada una, a su manera, fue dando los pasos necesarios para llegar a convertirse en una líder comunitaria, en el corazón del barrio, que con cada latido llena de vida y generosidad cada cuadra de esas calles que tanto conoce.Porque ellas también sufren necesidades como sus vecinos. Ellas también pasaron hambre o frío, falta de trabajo, el miedo a perder la vida en un callejón o la angustia de tener un familiar enfermo. Y justamente por eso, porque se criaron en las mismas esquinas y porque conocen todos los lamentos detrás de cada rostro, son un par al que todos recurren para echar un poco de luz cuando reina la oscuridad.No les sobran recursos, pero sí unas ganas irrefrenables de utilizar todas sus fuerzas y capacidades para que todos puedan vivir como se merecen, dignamente. Y así pasan sus días, haciendo malabares para conseguir alimentos, ropa, medicamentos, planes sociales o lo que sea que haga falta. Mientras tanto, su magnetismo y su energía arrolladora contagian a muchas otras personas de buena voluntad que se ponen la camiseta de su causa social, y todos juntos se transforman en un centro de asistencia social vital para el barrio, en una oreja que escucha, en una mano que sostiene, en unos brazos que abrazan, en una palabra que alivia, en una cabeza que aconseja?* * *"Con el deseo puesto en transformar una realidad que les era adversa, mujeres de distintas extracciones sociales fueron saliendo de sus ámbitos privados y animándose a ocupar espacios públicos y a construir fragmentos de poder. Muchas, en sus barrios, en organizaciones de base o en otros lugares más institucionalizados fueron ganando reconocimiento y esto las animó a llevar al ámbito público problemas que eran de índole privada, para convertirlos en parte de la realidad social. También se animaron a imponer otros lenguajes y formas de expresión, a permitir que los vínculos, las emociones y los sentimientos fueran parte del discurso público", explica Alejandra Sánchez Cabezas, médica ginecóloga y directora de Proyecto Surcos, una ONG que trabaja para empoderar a mujeres para que puedan ser referentes en la resolución de los problemas de su comunidad.En una esquina de Villa Lamadrid, a unas pocas cuadras de la feria de La Salada, en Lomas de Zamora, una abuela entra al comedor Manos Solidarias junto a su nieto de 7 años, a retirar las viandas para su almuerzo. En un día de invierno feroz, el niño -sin medias y únicamente con una remera de manga larga que cubre su torso- tiembla de frío y no puede evitar que se le caigan los mocos. "¡Andá a abrigar a ese nene por favor! ¿No ves que se está muriendo de frío?", se queja indignada Isabel Vázquez, a la que le duele el alma cada vez que se enfrenta con la necesidad ajena. Mientras grita esas palabras sale disparada para conseguirle unas zapatillas nuevas y ropa de abrigo a esa carita entumecida.Así son todos los días de Isa -como la llaman cariñosamente en el barrio- corriendo de un lado para el otro, tratando de que los vecinos puedan mejorar su calidad de vida. "Yo no me siento una líder social. Sólo soy una vecina que si puedo ayudar a alguien, lo hago. Me siento un poco la mamá o la abuela de todos. Veo a alguien sufriendo y me sale el instinto de abrazarlo. Muchas veces no es plata lo que se necesita, sino amor y afecto", dice esta mujer de 61 que trabajó durante muchos años como empleada doméstica y que terminó en Villa Lamadrid en 1978, escapando de las topadoras que derribaron la villa 20 de Lugano, durante la dictadura."En este contexto, llegué triste al barrio, a refugiarme en la casa de mi madre. Estaba sentada en la vereda junto a mis 3 hijos, y vinieron unos nenes del barrio. Les empecé a contar un cuento y ya me puse a pensar qué se podía hacer por ellos. En Lugano trabajaba con los curas villeros, ahí conocí a las monjas franciscanas. Arrancamos con los chicos, con la merienda, armamos la sociedad de fomento en la calle, después nos metimos en el patio de la casa de mi mamá y nunca más se cerraron las puertas para atender todas las necesidades del barrio", cuenta Isabel.Es en este mismo lugar donde funciona todos los días el comedor del que 880 personas retiran el almuerzo y la merienda para comer en su casa. Familias enteras, chicos, jóvenes, madres solas y adultos mayores pasan religiosamente a retirar su comida y recibir todo tipo de ayuda."Esto es un ombligo del barrio y nuestra prioridad siempre son los pibes", afirma categórica esta líder social, que en 2003 ante la desesperación de las madres del barrio que le contaban que sus hijos desaparecían por días, se adentró en el mundo del paco. "Descubrimos que a unas pocas cuadras había un quiosco de paco en el que encontramos pibes tirados, nenas embarazadas. Lo peor de todo es que muchas familias del barrio estaban involucradas en el negocio porque les daba plata. Empezamos a investigar y nos juntamos con otras madres que estaban en la misma lucha contra la pasta base. Largamos con las marchas para reclamarle a los políticos que se ocuparan del tema. Los chicos no eran los culpables, sólo eran víctimas de estos nuevos punteros que los tentaban con plata", explica Isabel, que junto con Alicia Romero crearon la ONG Madres...

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