Culpa y redención por el fracking

Pocos directores desconciertan tanto a los críticos como Gus van Sant. Por un lado, es venerado por los cinéfilos más exigentes con películas arriesgadas y experimentales como Mi mundo privado, Gerry, Elefante, Los últimos días o Paranoid Park. Por otro, a veces surge como un realizador bastante más convencional que suele hacer films por encargo con búsquedas más comerciales, como En busca del destino o Descubriendo a Forrester. En este segundo grupo se ubica también La tierra prometida (Promised Land), film escrito a cuatro manos y protagonizado por Matt Damon y John Krasinski.En el tercer guión que escribió para Van Sant (ya había participado en la concepción de Gerry y de la multipremiada En busca del destino), Damon interpreta aquí a Steve Butler, experto de una gran corporación gasífera que se especializa en conseguir (en poco tiempo y a bajo costo) grandes extensiones de tierra para explotarlas con la cuestionada técnica del fracking. Con su compañera de trabajo Sue Thomason (una Frances McDormand que aporta sus habituales dotes de gran humorista) llegan a un pequeño pueblo rural de Pennsylvania para comprarles los derechos de perforación a los ganaderos de la zona.Pero, claro, las cosas no les resultarán tan fáciles como parecían a los cínicos ejecutivos de ciudad, ya que -en la línea del cine humanista y moralista de Frank Capra- empezarán a aflorar en los protagonistas un sentimiento de culpa y una mirada...

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