Cuentos de Navidad. Algo para cenar

Cuando pasó lo que pasó, le prometimos a Mami no hablar nunca más del asunto. Y le cumplimos. Ella nos enseñó a no mentir. Supongo que todas las madres hacen lo mismo. Pero, cuando ella decía "no mentir" se refería -con los años finalmente se lo hice entender a mi hermano- no sólo a decir lo que fuera verdadero sino a algo mucho más simple. Para Mami era feo mentirles a los demás, pero era peor enredarse uno mismo. Lo que ella menos soportaba era eso de falsear para salvarte, de entrarle sólo a lo fácil o de fingir para hacerte el que más. ¿Cómo decirlo? Ella prefería que te jodieras honestamente a la blandura del purgatorio.Más de una vez la vimos palidecer de vergüenza -porque la sinceridad puede llegar a encogerte- y, aun así, plantar la verdad. Mami era enfermera, lo que es igual a decir que era fría como un hielo. Trabajaba mucho, principalmente de noche y en el servicio privado, que es donde más ganaba, sin que eso significara que tuviera estabilidad ni que la plata fuera a alcanzarle. De día estaba fija en una clínica donde el sueldo era rigurosamente nacional y el trato presuntuosamente extranjero. Pero a Mami eso no le molestaba como a sus compañeras.Por último tenía trabajo, decía. Y sí que había cosas que agradecer, repetía, tratando de convencer a mi hermano que en esa época tenía por deporte contradecirla y que odiaba las fiestas de fin de año, a las que todo el personal -médicos, enfermeras, administrativos, trabajadoras sociales, abogados y hasta el portero de la clínica- llevaba a sus hijos.Mami se presentaba con nosotros, aunque seis hijos hacíamos mucho ruido. Seis hijos éramos difíciles de alimentar y de tener a raya. Esa era la razón por la que nadie nos invitaba y por la que ella mantenía las puertas de casa abiertas. Mami era capaz de multiplicar la cena de seis al número de niños extra que siempre había en la mesa. La cosa es que nunca nos perdíamos la fiesta de Navidad de su trabajo, primero porque se comía harto, segundo porque generalmente eran en el campo, y tercero, ahí estaba lo mejor, porque nos daban regalos.Pobre Mami. Los regalos le caían del cielo, como una pequeña propina decembrina. Para nosotros, ya no tengo que mentir, no acababa de ser divertido eso de ligar el agua con el aceite y de mezclarnos con los hijos de los doctores.A mi hermano le gustaba poner a Mami en aprietos, tenerla a prueba. Era como si dijera: "¡A ver, hacete pues la santita ahora!". No pocas veces -él, que me contaba todo, me lo confesó- era malo sin proponérselo.Pero no había persona más recta que Mami y, por lo tanto, más predecible que ella. Mami no le hacía a la teoría ni al diálogo con nosotros y nunca nos impidió que contásemos algo. Te daba tu chinelazo y listo o te lanzaba lo que pillaba en su camino: el cepillo, la cuchara de palo, el uslero, la cacerola vacía, las naranjas de la cesta… Lo usual, sin embargo, era que se quitara la chinela y te diera en la parte de atrás de las piernas: ¡Plaf, plaf! Aquella descarga no podía dolernos demasiado -al menos así lo recuerdo- porque Mami le hacía mejor a los gritos que a la fuerza; y porque -a conciencia- cada uno de nosotros sabía que lo merecía y eso suavizaba.Mami no era rencorosa; lo opuesto que mi hermano, que era el único varón de la casa. Al resto de nosotras se nos pasaba rápido el enojo, pero él se quedaba ofendido con ella y decía que la odiaba. Lo repetía en voz alta para lastimarla porque era él quien más llevaba chinelazos. Lo cual, por otra parte, pasó de injusto a ser normal. Es cierto que no se podía ser el culpable de cuanto ocurría en una casa sin que interviniera ni media duda; pero también lo era que Mami ya ni preguntaba, pues cuando lo hacía, la respuesta provenía del mismo sitio. Así que muchas veces se ahorraba el camino y directamente le lanzaba la cuchara de palo. Mi hermano era frío, igual que ella. E igual que ella, al final también se derretía. Casi nunca lloraba, ni siquiera lo hizo cuando Mami murió. Una vez nada más recuerdo haberlo visto llorar como una niña. Es que a él no le importaba tanto llevar paliza como después vengarse. Y en una fiesta de Navidad de la clínica se vengó un día. Les contó a los hijos de los médicos que Mami nos pegaba. Mi hermano fue vago en el alcance pero categórico en su afirmación:—Sí -dijo mostrando la parte posterior de sus piernas-, mi madre nos pega -Los niños se rieron. Mi hermano insistió.—¡Bah!, si no me la creen… -Los retó-. ¡Vayan a preguntarle!Los chicos intercambiaron miradas y sonrisas maliciosas.La maldad puede ser infinitamente pura a los once años. Mi hermano no se compadeció. Los vio partir corriendo, interponerse en el círculo amplio en el que...

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