La cruda materia de lo real

Alguna segunda vez, en la otra vida, fui docente universitaria. La mayoría de mis alumnos era apenas más joven que yo; el resto tenía mi edad o incluso la superaba. Mi primer día como profesora, apenas crucé la puerta de un aula atiborrada, un chico sentado en los primeros bancos se hizo a un lado y me cedió, generoso, su lugar. "No, yo me quedo de este lado", respondí mientras señalaba el escritorio que demarcaba territorio: de allí hasta el pizarrón, zona docente. Mirando sin mirar a una masa de ojos que me seguía, tomé lista. Y me lancé a hablar. Saussure. En estado de adrenalina pura, en un curso de ingreso al que asistían desde futuros estudiantes de Comunicación hasta futuros biotecnólogos, hablé sin parar de Saussure. Y que el significado y el significante, y el sintagma y el paradigma, y vaya a saber cuántos otros conceptos que hoy no podría enunciar. Sin tregua. Así y todo -milagros que a veces ocurren- resultó que nos habíamos caído bien. Clase a clase, fueron cediendo los temores. Descubrí la maravilla del lazo que puede nacer en un aula.

Hubo otro curso, en otra universidad. Aquí, de lo que me tocaba hablar era de lenguajes audiovisuales. Nuevamente me enamoré de mi clase. Fui feliz recorriendo la historia del cine con ellos, compartiendo emociones, además de teorías. Salvo en una ocasión. Había leído el texto donde el crítico francés Serge Daney recordaba a un profesor del secundario que, a modo de inmersión en el siglo XX, exhibía a sus alumnos, uno y otro año, Noche y niebla, de Alain Resnais. Estábamos viendo los rasgos del cine moderno y me pareció buena idea remedar el gesto de aquel lejano maestro: ver un film clave de la modernidad, que a su vez apuntaba al corazón de la mayor tragedia de los tiempos modernos, el Holocausto. Llevé una copia del film y se la hice ver a mis alumnos. A medida que avanzaba el documental -su lirismo severo, lo insoportable de algunas de sus imágenes- empecé a dudar. Temí que la dureza de la película atravesara como una daga la blanda burbuja aún adolescente de esos chicos; quería zambullirlos en el horror del siglo que pasó, y de repente no supe si tenía derecho a hacerlo...

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