La Misa criolla cumple 50 años

La misa criolla de Ariel Ramírez cumple 50 años. Se grabó en 1964 y se publicó como disco un año después, en la cara A de un long play que también contenía la obra Navidad nuestra . El Festival de Cosquín, que comienza esta noche (ver nota aparte) reservó dentro de su extensa grilla artística un espacio, el próximo jueves, para conmemorar el aniversario de esta pieza histórica del repertorio folklórico argentino que tiene, en su esencia, un carácter religioso cristiano, aunque con los años adquirió un sentido universal que transciende a su forma de misa cantada (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Benedictus y Agnus Dei).Quizás haya sido la novedad de su versión sudamericana, con ritmos folklóricos de la Argentina y Bolivia (yaraví, chacarera, estilo, vidala, baguala), lo que en una primera instancia le dio esa transcendencia fuera de los ámbitos religiosos, donde se solían escuchar las misas corales escritas por compositores europeos, de Machaut y Palestrina (en los siglos XIV y XVI, respectivamente) hasta las misas barrocas de Monteverdi, Bach y Purcell, entre otros.Aunque su historia es conocida, vale la pena recordar lo que inspiró la Misa Criolla en las propias palabras de su compositor, Ariel Ramírez, escritas muchos años antes de su muerte (en febrero de 2010, a los 88 años).En un principio, Ariel Ramírez no pensó en componer una misa sino una obra que estuviera inspirada en la vocación de dos monjas que había conocido en Europa. Luego, el encuentro del músico con un amigo de juventud, que se convirtió en sacerdote católico, y el clima posconciliar de mediados de la década del sesenta, con la posibilidad de celebrar la liturgia en castellano, terminaron de darle forma a la idea de una misa, a la manera criolla.Ramírez, que por los años 50 era joven y viajero, había llegado a un convento en el poblado holandés de Würzburg. Allí conoció a las religiosas Elizabeth y Regina Brückner. "Frecuentemente, desde la ventana de la cocina, contemplaba el magnífico paisaje semiboscoso, gloriosamente verde, con una enorme casona que a lo lejos se dibujaba de blanco con las últimas nieves de la primavera. Tanta belleza me producía sentimientos exultantes y, desde mis jóvenes años, me parecía estar un paso más arriba de la tierra. Ellas no compartían mi entusiasmo. No podían olvidar que esa casona y las tierras más distantes habían sido parte de un campo de concentración donde hubo alrededor de mil judíos prisioneros. (...) Una estricta regla castigaba con la horca...

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