Un crimen que nos conmueve a todos

Debería haber conmovido hasta al más insensible la muestra de indignación de los centenares de jóvenes (alrededor de mil) reunidos para pedir justicia por la muerte de Matías Berardi, el adolescente de 17 años secuestrado y asesinado la semana última.Hasta ahora hay siete detenidos presuntamente implicados en el crimen, mientras uno sigue prófugo y es buscado por 250 integrantes de la policía bonaerense. Pero esta muerte volvió a demostrar que en la Argentina la delincuencia ha entrado en una vorágine de desenfreno moral y material, y que las autoridades nacionales ni siquiera parecen darse por enteradas de las trágicas consecuencias de esa escalada de violencia.Como siempre, las autoridades reaccionan tarde, y lo hacen ante el hecho consumado. Que exista una investigación, aparentemente bien encaminada, no es ningún consuelo. Es la prevención lo que sigue ausente. La falta de interés o de capacidad para llevar a cabo políticas de largo alcance en materia de disuación es lo que más preocupa a la sociedad porque nos deja inermes en manos de la delincuencia.En la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano metropolitano nadie, sin excepción, puede considerarse a salvo de la marginalidad criminal, cada vez menos marginal y más central. Los hechos esclarecidos son pocos, si se los compara con aquellos que quedan impunes y, aún más, con los que ni siquiera son denunciados porque la mayor parte de la sociedad ya no cree, como dijimos, en la eficiencia de los cuerpos policiales para que se encarguen de la disuasión, prevención y represión de los delitos.El asesinato de Matías Berardi, que ha venido a sumarse a tantos otros, distantes en el tiempo o todavía frescos en la sensibilidad colectiva, debería ser el hito que marque la frontera entre la impunidad y la impotencia, y el retorno de la seguridad.Sin embargo, y aunque duela...