'Creía que podía cambiar el mundo haciendo vino', dice Alejandro Vigil, el enólogo más importante del país

Para ser Vigil hay que levantarse todos los días a las 4.40, tomar mate y leer, "porque después no vas a parar más"

Con los ojos cerrados y las manos apretadas en puño sobre la mesa que lidera, pero no desde la cabecera, sino en el centro exacto, reminiscente del mural de Da Vinci, aunque sin traición a la vista, Alejandro Vigil baja el rostro con teatralidad, lleva el torso hacia adelante y arremete con una estentórea versión de "Suspicious Minds" que enmudece a los comensales.

We’re caught in a trap/I can’t walk out/Because I loooooove you too much, baaaaabyyyy , canta con pasión este Elvis liero, en bermudas y camiseta raída, para su auditorio de sobremesa.

Habría que ver cuántos de los presentes recordarán mañana la espectacular escena porque, como corresponde si el anfitrión es el enólogo top de la Argentina , al que hace años en estas mismas páginas se apodó El Messi de los vinos , la noche está regada de unas cuantas botellas de etiquetas high end del país.

Hace minutos nomás, su familia inmediata y extendida -sus amigos de la infancia, y los hijos de todos- tragaron los últimos bocados de una comida tan sofisticada como para incluir helado de tomate de entrada, en este señorial salón que parece un castillo de la Edad Media, pero que es, en verdad, anexo de la única y célebre pirámide de Agrelo, Mendoza: la bodega Catena Zapata, de la cual Vigil ostenta el grandioso título de Winemaking Director.

Mientras llegan los postres y todos los menores de edad miran con una mezcla de descreimiento y naturalidad preadolescente desde la mesa contigua, antes de volver a concentrarse en lo que realmente les importa -las pantallas de sus teléfonos-, Elvis Vigil sigue adelante, impertérrito, con su interpretación, y sube el volumen hasta que el sonido por los parlantes se vuelve atronador y todo es una locura de medianoche.

Doce horas antes, esta película había empezado en Chachingo, a unos 30 kilómetros de la capital mendocina, donde el enólogo vive con la científica María Sance, su esposa; Juan Cruz, el primogénito de la pareja, de 14, y Giuliana, de 10. Además de 15 perros; más gatos varios. En esa zona tranquila en las barrancas del sediento río Mendoza, los habitantes, gente de trabajo, miran ahora con orgullo cómo el nombre de su barrio, alguna vez usado como metáfora de periferia y lejanía -a "la loma del Chachingo", te mandaban- hoy destella de pujanza en publicaciones de turismo y gastronomía. Y todo gracias a que el tipo que esta noche canta como el Rey del Rock and Roll -pero mal- montó ahí mismo el increíble Casa Vigil, el restaurante inspirado en La divina comedia , del Dante, cuyo Infierno, Purgatorio y Paraíso tienen en común algo bastante gozoso: su otro hijo, el líquido embotellado bajo el nombre de El enemigo.

"Ponete unas zapatillas, que nos vamos", conmina Vigil. Lo que sigue no es una entrevista. Es una road movie . Una película de carretera.

"No creo que alguien pueda dedicarse bien a más de una actividad. Hacer vino no es fermentar, es muchísimas cosas más", dice

En el camino

La señal FM de la camioneta se corta, por momentos, amenazada por la inmensidad salvaje de esta tierra y estas montañas que hierven, como todo en un marzo atípicamente abrasador. La mano derecha del enólogo busca a tientas en el dial algún sonido limpio y persistente mientras avanza, con la vista clavada al frente y la izquierda en el volante, levantando polvo por los caminos de Mendoza.

Es una rutina que repite a diario, así sea martes o domingo, la de sumar números al cuentakilómetros en su marcha de un viñedo al siguiente para ver "cómo está todo", como si fuese un médico en ronda.

Para ser Alejandro Vigil hay que levantarse todos los días a las 4.40 de la mañana, tomar mate y leer , "porque después no vas a parar más". Pasadas las 7 hay que llevar a los chicos a la escuela y, ahí sí, lanzarse al recorrido.

Entonces, con la radio encendida o alguna playlist propia de fondo, que puede contener desde Bill Evans hasta Sumo, hay que manejar y manejar, a veces tanto como hasta Gualtallary, a 1450 metros de altura sobre el nivel del mar, o incluso más allá, a La Consulta, en donde crecen las uvas que después serán magia en el paladar . Y, aunque llueva o haga un calor endemoniado y el sol nuble la vista -como hoy-, hay que parar el motor, bajarse del vehículo y adentrarse entre las viñas, incansable, como un rey en sus dominios; como un animal en su jardín primitivo.

Yo no sé hacer otra cosa. Esto no es un trabajo, esto es la vida misma para mí

"Pobrecitas, cómo sufren…", se lamenta el hombre cuyas manos toman entre sí las hojas verdes de vid, ensimismadas por la temperatura sofocante. "Se doblan así porque no quieren perder más agua… Hay que cosechar ya".

Para Vigil, ingeniero agrónomo por la Universidad Nacional de Cuyo, "socio y amigo" de Adrianna Catena en la bodega Enemigo y actual presidente de Wines of Argentina, la organización que promueve las etiquetas del país en el mundo, nunca hubo alternativa . Lo bueno es que lo supo desde siempre, desde esos veranos de la...

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