Los costos de una 'revolución ferroviaria' que terminó en tragedia

En los primeros días de Néstor Kirchner en la Casa Rosada se empezó a gestar la tragedia de Once; todos sabían que iba a suceder. Y entonces esperaron pacientes, arropados por la complicidad, la corrupción y la mansa resignación de los pasajeros. El fallo es la culminación de un proceso que identificó los ferrocarriles como una caja de dinero discrecional y no como un lugar para mejorar la vida de los argentinos. Fueron años de desidia y millones de pesos con los que se construyó una gran mentira que sólo la muerte evitable de 51 argentinos logró desmoronar.

Aquel sistema ferroviario se basaba en dos pilares. El primero era una tarifa a precio de monedas; el segundo, compensar con subsidios llenos de ceros a los empresarios para que repartieran y operaran los trenes. Fue en 2003 cuando Kirchner detectó el transporte como una caja para la financiar la política y a los políticos. Entonces tomó la primera y trascendental decisión: colocó sobre esa montaña de dinero a uno de sus alfiles, Ricardo Jaime, supervisado por su gerente favorito, Julio De Vido.

Así llegó Jaime a manejar el transporte, un agrimensor y ex funcionario de Santa Cruz en épocas de Kirchner como gobernador. El cordobés, experto en artes marciales, y De Vido fueron los teloneros de la fiesta que duró hasta esa mañana en Once. Más tarde se sumó Juan Pablo Schiavi, ingeniero que abandonó a Mauricio Macri para sumarse al kirchnerismo.

Desde la tribuna se declamaba la revolución ferroviaria y en la Casa Rosada se anunciaba la fábula del tren bala o el soterramiento del tren Sarmiento. Las obras a veces se iniciaron, pero pocas se terminaron. Los trenes eran los mismos y a veces los pintaban. La inversión y los planes a largo plazo fueron los grandes ausentes.

El trípode compuesto por Kirchner, De Vido y Jaime (o Schiavi) no estuvo solo. Los gremios acompañaron, matizados por fondos públicos y beneficios para sus afiliados que se canalizaron mediante los subsidios. Los concesionarios, pieza fundamental en el esquema, mantuvieron la distancia que pudieron o quisieron del núcleo del poder y del dinero. Las concesiones se desvirtuaron y las empresas quedaron como gerenciadoras de los pedidos -de todo tipo- del Gobierno. Claro que en ese universo algunas fueron más prolijas que...

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