Cosecha de deseos

He aquí un hombre que cumple religiosamente con su tarea. Trepado a una silla, estirado, retira los papelitos doblados que la gente deposita entre los imponentes bloques de piedra. Estamos ante el Muro de los Lamentos, en Jerusalén, y cada una de esas breves cartas que recoge como frutos de un árbol contiene un pedido dirigido a Dios. A todos nos insensibiliza la rutina. Es probable que este empleado que da de baja los deseos no se pregunte cuántos de ellos han sido concedidos. Lo que sabe es que pasó su hora y hay que hacer espacio para los que han de llegar. Porque así será: atendidas o no, las plegarias no cesan, y todos tienen derecho a...

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