Cuando las cosas recuperan su nombre

Por detrás de la lucha política diaria se libra otra batalla más silenciosa pero quizá más trascendente. Tiene que ver no con los fines, sino con los medios. O con los instrumentos de que disponemos para alcanzar esos fines. Hasta el mejor cirujano fracasaría en la sala de operaciones si no contara con el bisturí adecuado. Sin su instrumental en orden, el paciente se le muere. La herramienta básica de la democracia es la palabra. Muchas de las dificultades del Gobierno, muchos de los nudos de la política argentina, hoy no se resuelven y hasta se agravan a causa del deterioro que ha sufrido la palabra entre nosotros.

Aunque el problema viene de lejos, Cristina Kirchner la malversó sin culpa en su afán de ir por todo. Así, la desnaturalizó. En lugar de ser puente que permite el entendimiento, durante su gobierno la palabra pasó a ser arma de guerra que separa y divide; en lugar de servir para esclarecer los hechos y las ideas, se usó para ocultar y engañar. Hoy esa palabra degradada, que desde la política contaminó el tejido social, parece estar empezando a recuperarse. Este síntoma que pasa inadvertido es tan importante como los índices de inflación o desempleo, y acaso representa la condición para mejorar esos y otros números, porque hace al presupuesto esencial de la democracia.

Hay un primer avance. Tiene que ver con la caída del relato. Podría resumirlo así: el que pasó fue el año en que las cosas recuperaron su nombre. No estábamos locos quienes denunciábamos la hipocresía del kirchnerismo en el poder. Al fin, las mentiras y los delitos salieron a la luz, y la mayor parte de la sociedad acabó por verlos. Mientras gobernó, el kirchnerismo fue un fenómeno discursivo que se llenó de palabras para ocultar lo impresentable. Orwell puro. Donde había negro, decía blanco. Te alimentaba con desperdicios mientras te vendía caviar. La democratización de la Justicia, los sueños compartidos, los niveles de pobreza inferiores a los de Alemania, todo se desmoronó cuando el discurso K se disipó como la niebla y apareció la realidad. Las causas contra la ex presidenta y sus servidores han puesto de manifiesto el saqueo del Estado. La imagen de José López revoleando ocho millones de dólares por encima del muro de un convento resultó sanadora: fue como sacar de debajo de la alfombra la mugre de años (tras la nota de Hugo Alconada Mon sobre las cuentas del actual jefe de la AFI, el Gobierno debe demostrar que no está dispuesto a esconder nada allí). Luego...

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