Las cosas ya no son como antes, otra vez

El río, su pelo, el fuego, la ropa empapada y esa sonrisa. Cómo no me iban a dar ganas de fumar. Durante los años 90 -mi infancia- la televisión mostraba escenas de gente hermosa a la que le pasaban cosas sin importancia y que para relajarse agarraba un paquete de cigarrillos y fumaba. En paz. En medio de un bosque, como en el comercial que veía antes de ir a la cama, en el que un par de amigos viajaban en lancha hacia un campamento y casi se olvidan de amarrar el barquito y casi lo pierden, pero una de las jóvenes, morocha, cintura de Cleopatra, se tira al agua, y otro joven aún más bello, también, y ambos salvan el fin de semana; para celebrarlo, mojados, fuman junto a una fogata.Cómo no iba a tener ganas de fumar. Cómo no iba a fantasear con hacerlo cada vez que le compraba a mi madre un atado de Colorado Jockey. En los 90 mis padres fumaban, mi hermano lo hacía a escondidas y yo tenía el destino marcado. Fumar en los 90 parecía que estaba bien. Pese a que en 1954 un médico británico había advertido sobre los males que podía causar. Se fumaba en los aviones, en los colectivos, en las telenovelas, en los embarazos, con frío; en los 90 fumar no hacía mal.Pero hoy, veinte años después, las cajas de los cigarrillos llevan fotografías de personas enfermas por el tabaco junto a frases como "Fumar te causa cáncer", "Fumar intoxica a tu bebé". Si lo hubiéramos sabido antes. Si lo hubiéramos creído.Desde hace unos meses pienso en este caso y en otros. Pienso en las cosas que nos dijeron que eran avances en el campo del placer, de la modernidad, de la economía. Como el plástico. Recuerdo una cena en la cocina del departamento de dos cuartos y dos baños de la calle Azara. Con mi hermano tomábamos gaseosa que venía en botella de litro, pero ya no de vidrio. Mi padre dijo algo así como qué suerte porque las otras quién sabe cómo las limpian y ahora esta se usa y se descarta y ahora -este ahora, nuestro ahora- ya no sabemos qué hacer con tanto plástico. En bolsas, en tapas, en cucharas. Por año se producen 300 millones de toneladas de este material, que tarda siglos en degradarse, que arruina las playas, que se acumula en el agua, que mata a los peces que no entienden y lo comen. Que queda en nuestro cuerpo cuando comemos a los peces que lo comieron. Nos dijeron que tomar bebidas con sorbetes era encantador. Ahora está...

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