Coronavirus: 'Mi terror era que se muera solo, por eso pedí en el hospital que alguien le dijera cuánto lo queríamos'

"Lavate las manos y tomá mucha agua", le repetía Mónica Farías, de forma casi obsesiva, a su papá, días antes de que se declarara la emergencia sanitaria en el país. Ella sabía que Oscar, de 81 años, con antecedentes de un cáncer de próstata y un enfisema pulmonar avanzado era un paciente de riesgo. Pero, "¿justo a él le iba a tocar convertirse en el caso 192, 195 o 197?", se preguntará después, sin saber con exactitud el número que lo transformó en víctima mortal delMónica Farías es doctora en Geografía y becaria posdoctoral del Conicet. "El que tiene más títulos es mi hermano [Ruy Farías]", comenta, con humildad. La historia de los dos investigadores se dio a conocer ahora a raíz de de Mónica en el que detalla la crudeza del fallecimiento de su papá, el 27 de abril, en el Hospital Piñero. Siente que el mensaje que trascendió en las redes sociales le dio la oportunidad de despedirse.El 17 de abril, Mónica recibió un llamado de la residencia en donde vivía su papá. Le avisaron que Oscar Antonio Farías estaba con fiebre y que una ambulancia ya estaba en camino para llevarlo a un hospital de la ciudad. En la guardia del Piñero ella lo vería por última vez. "No respiré cerca de él, solo le toqué la mano, le acomodé el pelo y la manta", recuerda."Algo sospechaba, tenía una punzada en el estómago, pero por otro lado cuando quedó internado en la guardia me dijeron que la fiebre podía ser de una infección urinaria y que además estaba respondiendo bien al antibiótico", cuenta Mónica a LA NACION. Como no podía quedarse a dormir, ese viernes se fue a su casa con la esperanza de ese primer parte médico. El martes recibió el resultado del hisopado: positivo de Covid-19.Aunque sabía que su papá no podía recibir visitas, Mónica fue todos los días al hospital, salvo los fines de semana, cuando no se suelen dar partes, con excepción de alguna complicación. Ese fue el pedido del cuerpo médico del Piñero: que no se expusiera por demás. Y así lo hizo, confiada en la promesa de Gabriela, una de las profesionales de salud del lugar que se comprometió a llamarla si Oscar empeoraba."Estoy aburrido, Mónica", se quejaba Oscar, en cada uno de los llamados que le hacía a su hija, los que algunas veces llegaban a ser ocho por día. Más allá de la soledad o la falta de entretenimiento que ella intentó mitigar con la entrega de una radio, que finalmente nunca llegó a concretarse, el ánimo en la voz de su padre la mantenía tranquila.El jueves, al no recibir uno de los...

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