Se consumó la entrega: nos gobierna Obama

Según una versión que corrió en los últimos días, con la comitiva de más de 800 personas que acompañó a Obama vino una suerte de doble de él; alguien que es recontra parecido y al que usan por seguridad en los traslados para que no se sepa dónde está el verdadero presidente. Pues bien, como en La Cámpora me habían hablado pestes de la visita y del visitante, y a mí me pareció un tipo encantador, democrático, sencillo, ahora me pregunto si el que vimos en Buenos Aires no habrá sido el Obama trucho.

El Obama del que me hablaban los camporistas era tan ogro -"capitalista salvaje", "buitre", "imperialista"- que no entiendo por qué Cristina lo persiguió durante años para hacerse una selfie. A ver: mi Obama es negro y progre. El de ellos, rubio y neoliberal. El mío llegó a un histórico acuerdo con Irán, ordenó el retiro de tropas de Afganistán y promovió la paz con las FARC en Colombia. El de ellos es un exterminador. El mío llegaba de Cuba. El de ellos, de Wall Street. El mío vino a sellar una alianza estratégica. El de ellos, a consumar nuestro sometimiento. Mi Obama es Obama. El de ellos es Donald Trump.

Por supuesto, el equivocado soy yo. Todos los que lo elogiaron estos días están equivocados. Con los gringos nunca hay que confiarse. Son puro marketing y lo único que les interesa es la guita. Fíjense que apenas puso un pie en Buenos Aires dijo que quería conocer cuatro cosas. La Rosadita, porque había visto los videos y se quedó impresionado con la habilidad para contar en un santiamén tantos millones de dólares. Segundo, el Hipódromo de Palermo, gran atracción turística por tener, gracias al emprendedor Cristóbal López, la mayor concentración de tragamonedas del mundo: 4600. Después, la empresa Hotesur, extraordinario caso de una cadena de hoteles semivacíos con facturación récord. Y, por último, tenía ganas de conocer a Martín Báez, el chiquitín que en un puñado de años multiplicó 2200 veces su patrimonio.

Por su apretada agenda, no fue posible. También se quedó con las ganas de ver a Cristina. La historia la contó el otro día Alfredo Leuco. Según parece, Obama reveló acá que años atrás ella lo llamó a la Casa Blanca y habló sin parar durante 24 minutos ("se habló encima", diría Pagni). Jamás le había pasado algo así. "No me dejaba meter una sola palabra", rió. Nada que no haya vivido el Papa, por ejemplo. Obama quedó sorprendido y extenuado ante esa catarata, aunque no tanto como la pobre traductora, que pidió inmediatamente la jubilación...

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