Confesiones de Pinky. Malvinas, Paul Newman, Macri, Kirchner: los recuerdos de una grande de la TV

Pinky y Paul Newman: "Cuando una encuentra un hombre que le hace bien, que le gusta, que la apasiona, que sabe que se va a ir y que va a dejar un sabor dulce en la boca, no importa que sean 10 minutos o 10 años"

Es Escorpio con ascendente Escorpio. Quienes entienden de planetas y demás cuerpos celestes dicen que tiene entonces la distintiva virtud de renacer de sus cenizas. En este mismo año en que murió su hijo mayor y quedó en silla de ruedas, volvió a ponerse de pie, fue homenajeada por el Senado , la recibió el presidente de la Nación y anunció que, este mes, después de 18 años, vuelve a la televisión.

Charlar con ella no es fácil. Aún, a sus 83 años , ya menudita y dócil, la regia Pinky todavía intimida. "He sido impiadosa, pero siempre conmigo. Con los demás, no; con los demás he ido abandonando el rigor", dice. Está sentada en el living de su casa, frente al Jardín Botánico, en la que vive desde hace casi seis décadas. Es sábado a la hora de la siesta. Ella habla sin apuro ni condiciones. "No me perdono nada, me exijo al ciento por ciento. Me tocó vivir un siglo muy difícil para las mujeres, porque el mundo viene equivocado con nosotras, pero también porque las mujeres se dieron cuenta tarde de esto. Pero dura no soy; lo que no soy es manejable. A alguna gente se la maneja fácilmente. A mí hay que convencerme".

-Te fuiste de tu casa a los 15 años; querías demostrar que valías más que un hombre.

-Me echaron. Siempre creí que había sido decisión de mi papá, pero años más tarde me enteré de que me echó mi mamá. Mucho tiempo después, me dijo: "Te portabas igual de mal que tus hermanos, pero a vos nunca te iban a castigar".

-Celos.

-Algo de eso. Yo trabajaba desde los 12 años. Una amiga mía del barrio, Ana Cohen, se enteró de lo que pasó, se lo contó a su papá y me llevaron a vivir con ellos. Después todo se acomodó rápido porque llegó la televisión. Además, con mis hermanos seguía teniendo relación.

-¿Cuántos eran?

-Seis: Raquelita, Noemí, que nos dejó muy pronto, Susy, Daniel, que me visita seguido, y otro hermano que vive en México del que prefiero no hablar. No se portó bien.

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-¿Tus padres te vieron tener éxito?

-Sí, a los 20 ya era famosa. Estaban orgullosos. No dejé de tener relación con ellos. No eran las que me hubiera gustado tener, pero tampoco estaban cortadas.

-Fue una carrera de vértigo.

-Tuve una vida muy extraña. No era mucho más grande, tendría 22 o 23 años, cuando me nombraron Mujer del Año en la Argentina. El gobierno alemán me invitó a Alemania Occidental. Yo estaba en Bonn con el canciller Konrad Adenauer y con el alcalde Willy Brandt y me decía: "¡Pero esto es cierto!". Dos de los hombres más poderosos de Alemania estaban comiendo conmigo.

-¿Te falto entrevistar a alguien?

-Los entrevisté a todos. Muchos, además, eran mis amigos. Mirá, cuando yo tenía 11 años, el país estaba dividido entre los que eran de [Juan Manuel] Fangio y los que eran de [Oscar Alfredo] Gálvez. Yo era de Fangio. Desde chica escuchaba las carreras. Mi papá un día me dijo: "Lidia, el sábado viene al club un amigo tuyo". Poco antes, volviendo de la casa de mi abuela, había encontrado en una zanja un trébol de cuatro hojas y lo guardé, para él. En ese momento era un corredor que se distinguía, pero no era un súper campeón. Cuando lo vi, le dije: "Señor Fangio, yo quiero que usted gane para siempre", y le di el trébol de cuatro hojas. Me acuerdo de que me pellizcó el cachete y dijo: "Qué rica". A partir de ese momento, empezó a ganar. Como yo era una nena creí que era por el trébol. Pasaron los años y nos hicimos amigos, pero nunca le dije nada, porque tenía terror de que me dijera: "¿Qué trébol?". Pero cierta vez entré en una confitería en Mar del Plata en la que estaba la sobrina, que me dijo: "Ahhh, ¿cómo estás Pinky? ¡Cómo te quiere mi tío!". Le conté del trébol y no lo podía creer: lo había conservado. ¿Ves ese sombrero?

-Sí.

-Era de Evita. Los sábados a la noche yo hacía en Canal 11 un programa muy largo. Un día le dije a Héctor Vidal Rivas que quería pasar un poco de moda. Accedió. En una ocasión, decidimos hacer un desfile exclusivamente de sombreros. Él llegó con una caja enorme llena de sombreros, empezaron a repartirlos, y cuando la asistente le iba a dar uno en particular a una modelo, él la frenó: "No, éste no se lo pone cualquiera". Era el sombrero de Eva Perón. Fijate que está todo bordado en piedras, pero se le había salido una y Eva se lo había mandado para que la repusiera. Después, ella enfermó...

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