La comedia de la renovación peronista

cada vez que una elección los desplaza del poder, los peronistas actúan como si el mundo hubiera sido inaugurado anteayer: apelan a la amnesia colectiva para convencernos de que son los únicos capaces de salvar al país de la ineptitud y la perversidad del gobierno de turno. Que ellos sean parte del problema, o incluso su causa directa, es un detalle olvidable. Así ha sido siempre hasta ahora. Esta vez, sin embargo, parecen más dispersos y desorientados. Quien siga los avatares de los distintos grupos y caciques peronistas en su lucha por conquistar el poder de representación de cara a las elecciones de octubre podría arribar a una primera conclusión: es imposible renovar aquello que, por su propia naturaleza, se resiste a todo cambio.

Hay una primera dificultad: el pasado esta vez no se queda quieto. No es tan sencillo lavarse la cara y dar vuelta la página cuando no pasa un día sin que se sume otro procesamiento o se revele un nuevo caso de corrupción del último gobierno peronista, cuyo único propósito parece haber sido vaciar las arcas del Estado y perpetuar una cleptocracia que, de haberse impuesto en 2015, habría llevado el país a una realidad análoga a la de Santa Cruz o Venezuela.

Todos hablan de renovación, pero nadie hace la más mínima autocrítica. Al contrario. Hasta ahora, desde los dos sectores que podrían confrontar en las internas, lo que se oyó fue una reivindicación de lo hecho en la "década ganada". Desde Atenas, Cristina se quejó la semana pasada de la ingratitud de la sociedad argentina. Según dijo, no supo entender que los supuestos beneficios de los que disfrutó durante su gestión se los debían a ella. Algo parecido afirman quienes, en la vereda de enfrente, se alinean con Florencio Randazzo. Por esos días, en el programa de TV Los Leuco, Julián Domínguez desestimó cualquier responsabilidad del kirchnerismo en su última derrota electoral. "No supimos comunicar nuestros logros", explicó en cambio, a pesar del páramo que dejaron cuando tuvieron que abandonar la Casa Rosada. No sorprende: tanto él como Randazzo fueron soldados de Cristina y trabajaron por hacer realidad su sueño de poder eterno. La batalla de Cristina fue la suya. Y sus "logros", también.

A Domínguez le costó confirmar que el ubicuo ex massista Alberto Fernández es el jefe de campaña de Randazzo. Lo admitió tras un silencio que casi se lo traga. Invocó, claro, la vocación de apertura, la construcción del presente y otras entelequias igual de bonitas...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR