Collivadino, maestro de Quinquela: el artista que miró el progreso con nostalgia

Hijo de un matrimonio de italianos, hace 150 años nacía en el barrio de Barracas Pío Collivadino, quien llegaría a ser maestro de una generación de grandes artistas argentinos. Lino Enea Spilimbergo, Miguel Victorica, Raquel Forner, Héctor Basaldúa, Geno Díaz y, en especial, Benito Quinquela Martín, al que la leyenda dice que descubrió, se formaron con él y heredaron su mirada de cronista social unida a un espíritu cosmopolita que se proyectó en el arte local a lo largo del siglo XX.Por su parte, el creador de La hora del almuerzo -obra de 1903 que enriquece el acervo del Museo Nacional de Bellas Artes y que sentó las bases de una figuración sensible al mundo del trabajo y las clases populares- hizo como muchos otros artistas argentinos en el convulsionado cambio de siglo: viajó a Europa para profundizar sus conocimientos. Así, luego de estudiar dibujo en la Societá Nazionale de Buenos Aires, el hijo de un carpintero que pintaba casas y comercios en la zona sur de la ciudad se instaló en Roma. Corría 1889, tenía veintiún años y solamente llevaba una carta de recomendación y ahorros familiares."Iba dispuesto a enmendarles la plana a Rafael y a Miguel Ángel", recordaría el propio Collivadino con humor. En la capital italiana, asistió durante siete años a los talleres del Regio Instituto di Belle Arti. En los ratos libres, aprovechaba para recorrer la península con amigos como el pintor y fotógrafo italiano Adolfo de Carolis y el escultor uruguayo Juan Manuel Ferrari. Álbumes de croquis y una abundante correspondencia detallan los pasos del joven pintor porteño en tierras de los grandes maestros del arte.Durante su estada en Italia, conoció a la mujer de su vida, Amalia. Además de integrar una red de sociabilidad con escritores, escultores, músicos y otros artistas, Collivadino se inició como fresquista y muralista. Entre otros trabajos, colaboró en la realización de los frescos decorativos de la Corte Constitucional de Italia, con sede en el Palacio de la Consulta, sobre la Plaza del Quirinale. En la práctica de esa tarea grupal nació su interés por los grandes formatos y las obras de arte público, que nunca decayó. Fue autor de los murales de la Catedral de Montevideo (hoy perdidos) y de las pinturas del techo del Teatro Solís, junto con el artista uruguayo Carlos María Herrera. En 1901, fue el primer artista argentino en la Bienal de Venecia.De regreso en la Argentina, poco antes de las celebraciones del primer centenario de la Revolución...

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