Cien años con Fernando Benítez

MEXICO D.F.A las mujeres las llamaba "princesas"; a los hombres, "hermanitos". Hace cien años nació mi gran amigo Fernando Benítez. Periodista, novelista, cronista, autor teatral, el mayor orgullo de Fernando era ser periodista. Su personalidad, sin embargo, rebasaba (aunque informaba) cualquier profesión. Pequeño y bravo, contaba que su madre le había dicho: "Eres feo, hijo, pero tienes cara de gente decente". Elegante y seductor, Fernando enamoró a bellas mujeres y fue amado por ellas. Celoso, era agresivo con sus rivales, quienes corrían el peligro de ser tomados de las solapas y aplastados contra la pared o, de plano, recibir un botellazo en la cabeza. En un bar portuario de Veracruz, sacó a bailar a una muchacha muy guapa. Al rato, se apareció el galán de la misma, un marinero argentino, que le espetó a Benítez:-Déjala. Podías ser mi padre.-Pude. Pero no quise -contestó Benítez antes de que se armara, como antes se decía, "la de San Quintín".Cuando esta ciudad era más pequeña, Benítez encabezaba una caminata diaria del Sanborn's de Madero a las oficinas de Novedades en Balderas. Se iba deteniendo a platicar en las librerías y cafés del rumbo, sobre todo en la librería Obregón de la Avenida Juárez, donde dictaminaba sobre los libros y autores nuevos. Yo acababa de publicar, a los 25 años, mi primer libro, Los días enmascarados , y Benítez, con displicencia, me dijo: "Con un librito de cuentos no se salva nadie". Y se fue, paseando su elegancia y recomendando a los políticos: "¿Por qué no se hace usted sus trajes en Macazaga, como yo?"Luego nos hicimos amigos muy cercanos y ser amigo de Benítez era una aventura, a veces procurada por él mismo. La revista Siempre! nos pagaba cada sábado 200 pesos por colaboración, 200 pesos en billetes de un peso. Esto provocaba indignación y risa en Benítez. Los 200 pesos de a peso demandaban ser gastados cuanto antes. Benítez, conduciendo su BMW, arrancaba a 200 kilómetros por hora. Lo perseguía la policía motorizada. Lo detenían. Fernando tomaba un puñado de billetes y los arrojaba a la calle. Los "mordelones", a su vez, se arrojaban sobre la billetiza olvidando a Benítez, que arrancaba exclamando: "¡Miserables!" y repetía la provocación hasta que se acababan los billetes.Manejaba a altas velocidades ese BMW que hacía apenas una hora para llegar a Tonantzintla, donde Fernando se encerraba a escribir sus libros en un ambiente conventual en el que la única distracción era mirar de noche a las estrellas en el...

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