Cielitos del Paraguay, colores del Río de la Plata

La poesía tiene música propia (ésa es una de las grandes diferencias con la prosa). Sin embargo, cuando se convierte en canción adopta no la música que el lector le quiere dar, sino una (¿definitiva?) que el compositor se atrevió a imaginar.

Juan Tata Cedrón ha hecho de la musicalización de poemas un arte y una manera de ganarse la vida con el arte. Entre el amplio catálogo de discos con versos de Tuñón, Cortázar, Arlt y Manzi, ahora se editan en CD un par de títulos que publicó sobre poemas de Gelman, Fábulas (1969) y Canciones de amor de Occitanía y otros casos (1975).

Por su parte, Enrique Llopis supo ponerle sonidos a la obra de Rafael Alberti y entabló una gran amistad con el paraguayo Elvio Romero, quien le regaló una serie de poemas a los que Enrique les puso acordes y melodías.

"Una, dos, voy deshojando

mi flor al nacer la aurora. Tres y cuatro y va pasando / la imagen que me enamora./ Palomita, mi lucero,/ por las noches cántame,/ cántame como yo quiero / y mírame, y mírame" ("Coplas del amor viajero").

El álbum dedicado a Elvio Romero -un registro impecable en la voz de Llopis- tiene cierta épica en algunos trazos y melodías trovadoriles ("Cielito de la pérdida", es un ejemplo), para un autor que ha vivido a la intemperie de su cultura y lo cotidiano de su país, en el exilio, durante cuatro décadas. Y tiene, también, las pinceladas regionales, como arpas y algunas voces secundarias, todos signos definitivamente paraguayos. La música que Llopis creó va de los ritmos paraguayos a algún bolero, de las voces invitadas, como la de Omar Cerasuolo para un recitado, al arpa o el acordeón, arropados por un ensamble sinfónico. De Sudamérica a la manera de componer de Silvio Rodríguez y de otros...

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