Cheque en blanco: las 10 obras que compraría el gran Macció

De traje, ocultos sus ojos detrás de lentes oscuros para mitigar su timidez, el gran maestro Rómulo Macció expuso su credo pictórico, antes de iniciar su maratón "compradora" por arteBA: "Lo único que me interesa es la pintura, que es el lenguaje natural del hombre, como cantar y bailar. Soy tradicional y no creo en lo conceptual. A Duchamp hay que dejarlo descansar en paz: su gesto nació y murió con él".

Depositario de un "cheque en blanco" otorgado por LA NACION en este juego de sumar 10 obras a su colección personal, cimentada con gramáticas disímiles como las de Quinquela, Marcia Schvartz, Luis Francella y Berni, entre la veintena de firmas que atesora en sus casas de Recoleta y París y en su taller en Balvanera, Macció fue consecuente con sus dichos. Con sus vitalísimos 84 años, el maestro autodidacta de la Nueva Figuración ("una etapa más y una menos" en su fecunda trayectoria) sólo se detuvo ante la seducción de la pintura, que para él es como una "ciencia oculta, un acto irracional, en el cual se cifra el misterio de la creación humana".

"Me parece natural que la gente quiera poseer cuadros. Sería coleccionista si tuviera dinero", confesó, parado frente a un lienzo suyo hipnótico, Reflejos sobre la ciudad, la luz que rebota sobre los rascacielos de Manhattan, que se negó a comprar en Vasari. "Sería vanidad. Pero sí tendría una casa vacía sólo con cuadros. De otros, para ver a través de ese rectángulo como se expresan los hombres. De poder hacerlo colgaría obras de Bacon, Tiziano, Matisse, Picasso. Velázquez, Vermeer. Soy clásico", se definió.

Sin titubeos, su primera adquisición fue el colorido festín matérico de un lienzo floral, de gran empaste y formato, de Juan Becú, Beau geste, en la galería Nora Fish. "La pintura no se puede explicar ni teorizar. Es como el vino, te gusta o no. Lo mío es intuitivo y sólo diré que ésta me conmueve porque es la consagración de la pintura. ¿Ves el juego del pincel en la tela? Lo que importa no es la temática, sino la energía que vibra sobre el lienzo."

En la galería paulista Oscar Cruz lo cautivó la sensual geometría de Gachi Hasper: una obra sin título de 2015, de óvalos en colores plenos y superpuestos que juegan con la transparencia de un fondo blanco. "Tiene su inteligencia ese juego repetido de figuras. Me gusta, va para mi colección", dijo y pasó inmutable frente a la performance Joya imposible, de Jimena Crocey, en la que un hombre con el torso desnudo mantenía en equilibrio dos piezas de...

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