Cayastá, el pueblo que salió del infierno

CAYASTÁ.- Desde la costanera llega el sonido de miles de sapos y se mete en las entrañas del pueblo. Ese ruido característico reapareció con fuerza ayer para sacar del centro de la escena el rugido de las sirenas de los móviles de las fuerzas de seguridad nacionales y santafecinas que marcaron el ritmo de este poblado atravesado por la ruta provincial 1 y acariciado por el río San Javier.

Cayastá fue el escenario del fin de la triple fuga que tuvo en vilo al país. Sus caminos arenosos resultaron infranqueables para Víctor Schillaci y Martín y Cristian Lanatta. Su comisaría fue protagonista de la detención del líder de la banda y su plaza se revolucionó con la invasión mediática.

Pero ayer a la tarde poco de eso flotaba en el aire. El infierno se esfumó.

Desde ayer por la tarde, Cayastá respiró otra vez la tranquilidad que muy pocas veces vio interrumpida en sus 148 años de historia.

El asfalto, en este pueblo, rodea la plaza General San Martín y no mucho más. La salida de ese epicentro de reuniones ya lleva a los vehículos a las calles arenosas que, rumbo al Este, desembocan en la costanera, un paseo obligado para los lugareños. Entre la ruta y el río no hay más de 400 metros. La calma sólo la cortaban ayer los jejenes, molestos insectos que abundan en la zona, pero según los vecinos son incomparables a los mosquitos sanguinarios que habitan en el área rural que fue el fin del escape de los condenados por el triple crimen de General Rodríguez.

La plaza San Martín muestra una pacífica convivencia de camisetas de Unión y Colón. Enfrente, cruzando la calle Juan de Garay, se concentran la sede comunal, la comisaría 5», el Juzgado de Paz, un Museo del Recuerdo que exhibe objetos en la vereda y la iglesia Natividad de la Virgen. En ese templo, Martín Franco, el hombre que descubrió a los prófugos en el molino arrocero donde trabaja, en el paraje Cuatro Bocas, conoció a su jefe, Juan Spalletti. Nombres que eran anónimos hasta que resultaron claves en la historia de la captura de los condenados por los crímenes de Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón.

Cayastá jamás había vivido algo similar a la peligrosa adrenalina de saber que tenía entre sus campos a los tres delincuentes más buscados del país. Los vecinos sólo recuerdan un revuelo anterior cuando asesinaron en el pueblo a Luis Leguizamón, un joven que estuvo desaparecido un año y cuyo caso se esclareció en enero de 2012. Pero el rebote mediático del hecho no fue mucho más allá de la...

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