Carlos Monzani, el último testigo de la cúpula de Soldi

En 1966, Monzani colaboró en la tarea de pintar la cúpula del Teatro Colón; el mes pasado cumplió 94 años

Carlos Monzani lleva un tiempo largo sin ir a su taller de la calle Carlos Gardel, en el Abasto, donde guarda el trabajo de toda una vida, unos cuatrocientos cuadros como se hacían antes: grandes. Entre las décadas de 1960 y 1980 -dice- nadie le prestaba atención a una pintura que no tuviera al menos el ancho de la tela, dos metros de lado. Fue en esa época que obtuvo sus mayores reconocimientos: una beca del Fondo Nacional de las Artes, el premio María Calderón de la Barca, expuso con los no figurativos del Grupo ANFA en el exterior y ganó el Eduardo Sívori en el Salón Nacional.

Justamente ese mismo período se corresponde con años dorados para el Teatro Colón , donde Monzani empuñaba otros pinceles en el departamento de Escenografía; allí llegó a tener a cargo una treintena de "pintores con todas letras". Es decir que, así como un día trabajaba en un panorama de 36x20 para la puesta de la ópera La clemenza de Tito, a pedido de Cecilio Madanes , o sobre unos fondos informalistas para el ballet La verdad , de Tatiana Gsovsky, en su estudio rompía todas las convenciones interviniendo -por ejemplo- la figura enorme de una vagina con pelos recortados de un escobillón. "¡Una cosa de locos!", se ríe ahora. Sorpresivamente aquella irreverencia le valió la distinción de un jurado de la Academia de Bellas Artes a su talento joven. "Breve historia gráfica de Estercita", se llamaba la serie que incluía la osada propuesta. Cuando habla de transgresiones, elige nombrar a algunos amigos como Pablo Suárez o Alberto Heredia y Las cajas de Camembert .

Monzani vuelve a mirar el techo en detalle para relatar la historia detrás de la famosa cúpula: con materiales llegados de Francia, Soldi y sus tres colaboradores pintaron sobre gajos de tela en los talleres del Teatro San Martín los personajes que luego se pegaron en lo alto de la sala del Colón

Pero eso fue hace mucho. Esta mañana de invierno, a sus vitales y absolutamente envidiables 94 años, Monzani se calza bien la boina y una campera abrigada para hacer una visita extraordinaria: volver al Colón de la mano de LA NACION. No va a ver un espectáculo ni a participar de un acto en el foyer; ingresará por los pasillos y tras bambalinas llegará al escenario y la sala majestuosa. De todas sus obras, allí está la que la historia quiso que hoy lo señalara como al último testigo de la cúpula de Raúl Soldi . Con otros dos pintores de su staff, él integró el equipo que colaboró en la tarea de dar vida a esa ronda de músicos en tonos pastel que cientos de miles de personas de todo el mundo admiran largamente sin temor a la tortícolis . Enseguida, reconoce a una figura. "Esa blanca, que tiene la mandolina: esa la hice yo".

La figura blanca que sostiene la mandolina en la emblemática ronda musical salió del puño de Monzani

El trayecto en auto, de su casa de Palermo hasta la zona de Tribunales, sirve para revisar varios episodios. El tránsito está fatal, lo que le permite irse por las ramas sin apuro, repensar nombres, tantear fechas, saltar de un tema a otro. Saca de su bolso un catálogo con su "vida y obra" que se salvó de una inundación. Entre tantas reseñas, se lee un pasaje del crítico de arte de LA NACION Aldo Galli, que reseñaba así la obra de Monzani: "Por la vía de un camino expresionista muy particular, nos transmite una concepción del mundo colmada a un tiempo de fantasía, de ensoñación poética y de un sentido suavemente irónico de la existencia que amplía con indulgencia la realidad".

Otro colaborador de este diario, Eduardo Gudiño Kieffer , escribió una vez un poema "A Carlos Monzani" después de ver las últimas pinturas de ese entonces; era 1979 y decía como en la oración de un Credo pagano: "Creo en la pintura del lenguaje". Creo que el resto está expresado aquí/ en caballitos circenses con ruedas/ en oníricas imágenes aéreas/ en la tragedia del ridículo/ en la ridiculez de la tragedia/ en la...

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