El capitalismo de seducción regresa con furia

Con el levantamiento de las restricciones, la gente volvió a consumir y a asistir a eventos en forma masiva

El 16 de noviembre Argentina-Brasil se jugará en San Juan a estadio lleno. La semana pasada se anunció el ansiado regreso del festival Lollapalooza para el 18, 19 y 20 de marzo de 2022. Irán 300.000 personas. En las calles pueden verse los carteles publicitarios de numerosos shows musicales con cruces rojas que van tachando fechas. Las entradas se agotan a poco de ponerse a la venta. Cuesta conseguir lugar en los registros civiles para casarse. DJ y wedding planners no dan abasto. Sufren el efecto "lavadero de autos" . Después de varios días de lluvia, cuando sale el sol no pueden atender a todos los clientes.

La escasez de microchips y la multiplicación hasta por 10 del precio de los contenedores que hacen fluir el comercio global demuestran que en el mundo la voracidad de la salida está por encima de la capacidad de recuperación del sistema. En el sector de la gastronomía, uno de las más afectados, hoy falta personal. Los tickets aéreos tienen precios exorbitantes y los aviones, a años luz de aquella fantasía de cabinas separadas por acrílicos y con asientos libres, vuelan atiborrados de pasajeros.

En la oscuridad distópica de la pandemia se llegó a hablar del fin del capitalismo. No solo lo afirmaron con convicción agudos intelectuales de talla global, sino que incluso varios políticos de distintos países confundieron sus deseos con posibilidades. Entre la incertidumbre y el pánico, no pocos ciudadanos creyeron que la vida tal como la conocíamos llegaba a su fin.

Incluso hoy, con sobradas evidencias que señalan lo contrario, la corriente crítica de la cultura contemporánea, que con mucho acierto ilumina los puntos ciegos del modelo vigente, continúa aferrada a la anormalidad viral para vislumbrar un cambio de fondo que se empeña en ocultarse.

Es cierto, de ninguna manera somos los mismos . Hemos atravesado una tragedia comparable con una guerra mundial. Fue sincrónica, global y transversal. No respetó geografías, fronteras, idiomas, historias ni riquezas. Afectó a todos por igual. No hubo donde esconderse. Todos descubrimos, sin importar la condición social, que éramos vulnerables. Llevaremos para siempre tatuado en el alma el signo de la pandemia.

El sistema está todavía procesando las consecuencias. Demandará tiempo. Quedó claro que era escandalosamente frágil. Sus debilidades fueron expuestas de un modo obsceno. Hubo que...

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