Caminantes, errabundos y otros peregrinos

Alberto Giacometti creó su provocadora escultura L'Homme qui marche en 1961. Se trata de una de sus obras más celebradas: un individuo en posición de marcha, ligeramente inclinado hacia adelante, los brazos caídos a los costados. En esa quietud (¿en esa perplejidad?) se cifra la desolación del hombre frente a su condición inerme, la desazón que le provoca saberse vulnerable y frágil. No es eso solo: la pieza del gran artista suizo, que es la materialización de un interrogante metafísico, ha merecido numerosas interpretaciones. Giacometti era él mismo un caminante consuetudinario; se conoce que solía andar por las calles de París junto a su amigo Samuel Beckett, el creador de Final de partida y Esperando a Godot, sumidos ambos en silencios prolongados. No es extraño: un hilo muy visible une la obra de Giacometti con el pesimismo y el espíritu sombrío, aunque tocado por el humor, de quien fue uno de los padres del teatro del absurdo.

Recordé esa amistad cuando recibí un librito delicioso: Caminantes. Flâneurs, paseantes, vagabundos, peregrinos. Librito no es en este caso una denominación despectiva: mide 13 x 10 centímetros y es una de esas preciosuras que suele regalarnos Ediciones Godot. Su autor es Edgardo Scott (Buenos Aires, 1978), que vuelve a un tema frecuentado aunque no por eso su trabajo pierde interés: los caminantes. No refiere al mero ejercicio físico, tan saludable, sino a aquellos hombres que hicieron del andar un acto de vida e incluso un acto político.

El rastreo de esas pisadas tiene como primera tipología al flâneur, aquel paseante tan caro a Baudelaire (cuya mano tomará después Walter Benjamin), y concluye con Werner Herzog, el cineasta alemán que dejó huella de sus experiencias como errabundo en esa otra maravilla que es el libro Del caminar sobre hielo, crónica de la travesía que el director de Fitzcarraldo hizo de Munich a París para encontrarse con su admirada Lotte Eisner, crítica de cine alemana, sobre quien pesaba una enfermedad fatal.

Todo comienza con El hombre de la multitud, el fantástico cuento de Poe, nos dice Scott en busca de cierta genealogía. Es la primera vez que la literatura recoge la figura del caminante, aunque aquí persigue a una mujer que lo deslumbra. La mujer lo rechaza: es la derrota de la sensualidad. Habrá muchos otros después: caminantes despreocupados, de andar indolente, caminantes sin propósito confundiéndose en la marea de los hombres, sumidos en una íntima conversación consigo...

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