Si cae el miedo, cae el simulacro

El presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner

La desesperación por revertir el resultado de las primarias detonó en el Gobierno una serie de reacciones alocadas y contradictorias que reflejan sus tensiones internas. Las facciones del peronismo que hoy ocupan la Casa Rosada dependen una de otra para sobrevivir a la debacle, pero la primera que se considere salvada no dudará en desprenderse del abrazo agónico de las otras para empujarlas al vacío. El amor interesado que selló el matrimonio del supuesto progresismo K con la derecha peronista más rancia y con un albertismo nonato descansa sobre una base sólida de resentimiento y desprecio. Aun así, su suerte está entrelazada. Hoy el Gobierno es un animal de muchas cabezas que persiste en darles la espalda a los padecimientos de la sociedad. Perdido y sin rumbo, su única obsesión son las elecciones del 14 de noviembre.

Pero no solo las luchas internas por un poder que se escabulle conspiran contra ese objetivo. Quizá el mayor problema del Gobierno es que, por más maquillaje electoral que se aplique, siempre muestra su verdadero rostro. Las exhibiciones de clientelismo explícito a lo largo y ancho del país son un ejemplo. La cosmética oficial procura ocultar, sin éxito, aquello que aflora sin remedio con una contundencia irreprimible. La naturaleza se impone. No pueden evitarlo: muestran lo que son. Y a medida que se profundiza el desbande, cada vez con mayor transparencia. Ante una sociedad agotada, que tocó fondo, esto es letal para sus ambiciones.

La amenaza mafiosa de Aníbal Fernández a Nik se inscribe en esta secuencia. Frente a una crítica del dibujante al descarado clientelismo oficial, el ministro de Seguridad le responde con un apriete de cuño fascista en el que deja entrever que sabe dónde están sus hijas. Con ese tuit, el ministro no solo vuelve a desplegar su proverbial intolerancia. Más grave aún, confirma que está dispuesto a ejercer su capacidad de daño desde la asimetría que confiere el poder del Estado. Nada nuevo, kirchnerismo en estado puro. ¿Acaso no es exactamente eso lo que han hecho los Kirchner desde que comenzaron sus andanzas en el sur? La capacidad de infligir un mal desde una posición dominante ha sido el arma más efectiva del matrimonio santacruceño para someter a propios y ajenos. En política, Cristina Kirchner no admite otro vínculo que la subordinación. Para obtenerla, ha sabido administrar el miedo que provoca su figura. Curtidos varones...

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