¿Qué será del bueno de Román?

Pep Guardiola le dio un consejo a una joven entrenadora de fútbol femenino que suena elemental: "Poné siempre a los buenos. ¡Siempre!". La mujer le devolvió una inquietud: ¿qué debía interpretar por "buenos"? ¿A los jugadores más "famosos"? Pep la sacó de la duda: "No. Los buenos de verdad son los que nunca pierden la pelota. Los que pasan la pelota y no la pierden. Ésos son los buenos. Y son los que tienen que jugar aunque tengan menos nombre que otros".

El diálogo, que está incluido en el libro Herr Pep, de Marti Perarnau, nos recuerda la situación de incertidumbre por la que atraviesa uno de los pocos "buenos" de nuestro fútbol local. Juan Román Riquelme encaja justo dentro del concepto de Guardiola. Y además tiene "nombre", porque se lo ganó en tantos años de asegurar el destino de la pelota, de conducirla con sabiduría y pasarla con precisión para que el compañero la reciba con ventaja, para que profundice el ataque que él ya había imaginado con la clarividencia de los que piensan la jugada un segundo antes que el resto. Román también cumple con la fórmula que proclama Johan Cruyff: "En el fútbol, primero va la cabeza y después los pies. Si no funciona la cabeza, olvidate de los pies".

Se termina 2014 sin saber dónde jugará Riquelme, que a mitad de año hizo público su deseo de seguir en las canchas hasta los 40 años. Tiene 36 y en estos últimos 12 meses disputó 29 partidos entre Boca (11 encuentros) y Argentinos (18, incluidos tres por la Copa Argentina). Una cantidad de presencias que desmiente la insidiosa creencia de que elige los partidos en los que quiere estar.

A medida que avanzó su carrera, Riquelme abrió puertas con su clase y calidad, si por esto se entiende el deseo de muchos clubes y entrenadores por tenerlo. Pocos, o casi nadie, pueden hacer lo que él: manejar los tiempos de su equipo y de un partido, ordenar a los suyos desde el pase y ubicarlos desde la indicación...