Un buen equipo

BARILOCHE.- El Cruce de los Andes implica mucho más que cualquier otra carrera. Lo relevante aquí no es la distancia ni el recorrido; tampoco es tan importante la "cabeza" propia a la hora de correr. Ni siquiera la recuperación entre cada día es la clave. Lo central, en esta carrera tan larga, es la dinámica del equipo: entender al otro, apoyarlo, alentarlo.

Con Anita nos conocemos del grupo de entrenamiento de Perotti, pero nunca habíamos corrido ninguna carrera juntas, así que debutar en el Cruce era todo un reto.

El primer día, por largar en la última categoría, nos encontramos en el primer bosque con todo el camino "taponado", y ahí nos tocó lo más difícil: pasar a los hombres. Hubo muchos que gritaban "déjenlas pasar que están peleando la punta", pero fueron más los que nos cortaban el paso con sus bastones, o nos tiraban el cuerpo encima.

El sábado decidimos hacerlo tranquilo. Nuestra idea era mantener siempre un buen ritmo, pero nada demasiado veloz para guardar restos para la etapa siguiente. En la llegada, nos quedamos charlando un rato con las Virasoro y con las chicas de Uruguay, y después comentamos entre nosotras lo bueno que era estar compitiendo con semejantes atletas.

Despertarnos el último día fue horrible. Casi no podíamos mover las piernas y, encima, hacía un frío tremendo. Cuando íbamos a la largada todavía era de noche, pero la imagen del Tronador detrás del arco era imponente y nos llenaba de energía. Parecía que no podríamos correr, pero cuando dieron la señal las pilas volvieron.

En una carrera larga -más cuando tiene muchas pendientes y uno no sabe qué viene después- hay que cuidarse mucho, así que al principio yo iba tratando de controlar un poco el ritmo. El camino venía trabado porque estaba lleno de barro, pero para cuando...