¡A los botes, Daniel, que naufragamos!

Semana rara ésta, ¿no? Deberíamos haber estado de festejo en festejo por el gran triunfo de Scioli el domingo, que lo deja a las puertas de una presidencia con la que sueña desde que juró lealtad eterna a Menem, a Duhalde, a Rodríguez Saá, a Néstor y a Cristina (perdón si me olvido de alguno), y sin embargo terminamos con un gusto feo en la boca. Cristina se sumió en un largo e inexplicable silencio, como que le comieron la lengua los ratones, y Daniel llegó a Roma, en el hotel se enteró por la CNN de la gravedad de la inundación en su provincia y pegó la vuelta. No se perdona el error que cometió, pero aprendió la lección: jura que no va a volver a subirse a un avión sin antes preguntarles a sus colaboradores si hay alguna novedad.

Me van a decir que soy un oportunista, que me quiero subir al tren de la victoria (hablando de trenes, ¿no extrañan las inauguraciones que teníamos todos los días cuando Randazzo era candidato?), pero yo lo entiendo a Daniel. Terminó la campaña exhausto. Imagínense: días y días teniendo que dar discursos, cuando lo de él es apenas sonreír y decir que tiene "mucha fe y esperanza"; días y días teniendo que verlo a Zannini, que le habla de cosas que él no entiende y no le interesan, como la revolución permanente o la plusvalía; días enteros fuera de su casa preguntando dónde estaba el tupper con la pastaflora, postre que nunca deja de comer y jamás convida; días y noches lejos de Karina, que también estaba de campaña, porque si algo funciona bien en la pareja es la división del trabajo. El pobre no daba más y decidió tomarse unas vacaciones. Primero pensó en el balneario de Quilmes, después en la laguna de Chascomús y finalmente se decidió por Italia.

Italia tiene para él un enorme atractivo. Ciertamente va para los periódicos tratamientos en el brazo, pero sus amigos sospechamos que no es lo único que lo lleva allí. Son sólo sospechas, porque él no cuenta nada. Calladito, le hacen una pequeña valija y se va. Adónde va exactamente tampoco lo sé. Dani es re discreto. No le gusta alardear de sus excursiones. Ha viajado muchas veces sin que lo supieran más de dos o tres personas. A mí siempre me divirtió eso: el gobernador de Buenos Aires fuera del país y nadie se entera. De última, si pasa algo -por ejemplo, si media provincia está bajo el agua, con muertos, miles de evacuados y una catástrofe de dimensiones bíblicas-, se toma el primer avión y vuelve, con su mensaje de fe y esperanza.

Esta vez se complicó porque...

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