La botella está vacía y la política discute el envase

Cada vez que algún macrista le advierte a su compañera Gladys González, presidenta de la Comisión de Medio Ambiente del Senado, eventuales objeciones a proyectos como la ley de etiquetado frontal, que acaba de sancionarse, o el del Gobierno para cobrarles una tasa a las empresas por el uso de envases no reciclables, presentado anteayer en el Congreso, la senadora contesta con el mismo argumento: "No hay que regalarle esas leyes a la izquierda".

Los empresarios están bastante molestos. A los problemas obvios de la pospandemia, los titubeos de un gobierno inorgánico para acordar con el Fondo Monetario Internacional y una crisis estructural que impide crear trabajo en términos netos desde hace una década, la Argentina parece haberles antepuesto una agenda de proyectos propia de países nórdicos . Como si las ponencias que se oirán desde mañana en Glasgow, donde se desarrollará la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, tuvieran mayor urgencia que los temas que, desde hoy, en Roma, con la presencia de Alberto Fernández, se van a tratar en el G-20 con líderes de todo el mundo.

En el kirchnerismo se jactan de este orden de prioridades. Lamentan incluso que a Glasgow no vaya una comitiva más numerosa, porque ahí, dicen, se discutirán los temas globales de los próximos ocho años.

"Claro, el tema ambiental es mucho más marketinero", dijo, sonriendo, a LA NACION un funcionario que estará en ambos foros. Pero la Argentina no encuentra todavía soluciones a desajustes más elementales, algunos de ellos resueltos hace décadas por la mayor parte de las naciones . Hay, por ejemplo, 137 países con menos de 10% de inflación. Y no todos tienen, como este, la obligación de pagarle en marzo al FMI un vencimiento de 18.000 millones de dólares.

El malhumor de los empresarios no es tanto con el contenido de leyes que ven emergiendo en el resto del planeta como con un rasgo más autóctono que han empezado a detectar: cierta atmósfera con sesgo anticapitalista que se expresa principalmente en el Congreso, donde encuentran pocos legisladores dispuestos a prestarles atención. Dicen, por ejemplo, que no pudieron imponer una sola de las sugerencias que tenían para la ley de etiquetado y que incluso el texto que salió es el más rudimentario y hostil a la inversión. Que las alimentarias deban despedirse para siempre del tigre de las Zucaritas o del Capitán del Espacio, vínculos con el consumidor a los que han dedicado años, o que no puedan vender golosinas en los...

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