En Boedo, todo a media luz

Un día comienzo a escribir sin saber en qué punto del texto todo quedará en sombras y habrá que empacar -netbook, libretas, bolso-, rumbo a un bar con conexión.

Otro, vuelvo del trabajo y a las pocas cuadras intento adivinar qué me espera: ¿Tocará ascensor? ¿O habrá que respirar hondo, juntar fuerzas y marchar (vamos, que el día se termina) siete pisos arriba?

Se acumulan, uno tras otro, los días sin luz. Hasta que llega el pequeño cónclave de vecinos. Aparecen el señor de la esquina, la chica del edificio de al lado, la vecina del quinto. Gente tranquila, de saludo rápido en la vereda, muchos de ellos jubilados. Pero ahí están, parapetados tras unos containers de basura, cortando avenida Independencia. Haciendo ruido. Un poco de ruido al menos, frente al glacial silencio de quienes -desde el proveedor privado hasta los organismos estatales- debieran garantizar ese derecho mínimo en el siglo que vivimos: la electricidad.

En Boedo, tras seis días de corte, algunos tuvimos la suerte de la intermitencia. A otros les tocó penumbra continua. Y hubo a quienes, en la zona de San Cristóbal -así lo cuenta algún vecino, entre frío y hartazgo acumulados- el suministro eléctrico les fue devuelto con tanta furia y tan poca pericia que más de un equipo electrónico murió en el proceso.

Lo veo a mi hijo atravesar como suelen atravesar los niños cada situación excepcional. "Como el guía del castillo", le susurro una noche de penumbras mientras, soporte de vela en mano, me ayuda a avanzar. Y me derrito al ver cómo de repente envara el porte, se hace el adusto, marcha unos pasos adelante: el guía del castillo, en plenitud de funciones.

"El karma de vivir al sur", pienso sin pensar solamente en la canción de Charly. Porque a los siete años el pequeño guía de castillo ya sabe tanto sobre cortes de luz como yo sabía a su edad. Y lo vive -un juego distinto, pero juego al fin- como yo lo vivía en aquel tiempo: disfrute por las sombras alargadas de las velas, la magia de la cera cayendo, gotita a gotita, sobre un plato de té, las repentinas linternas.

Me pregunto si a él también le tocará confrontar con estos cortes en la edad en que ya nada en ellos resulta ni mágico ni divertido. El momento en que un corte de luz es un incordio si dura algunas horas, una calamidad si llega al día y la desesperación misma (y la indignación, la furia, el hastío)...

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