La bibliofilia, pasión y pase del testigo

En Excesos lectores, ascetismos iconográficos, su autobiografía de lector que publicó la editorial Ampersand, José Emilio Burucúa recuerda el síndrome de Stendhal que estuvo a punto de padecer en una visita a la Biblioteca Huntington, en Pasadena. Fue cuando, entre otros volúmenes, le mostraron a nuestro ensayista mayor la Biblia miniada de Gutenberg, las primeras ediciones de los dos Quijotes y la de los Ensayos de Montaigne de 1580 con la traducción de John Florio, la misma que, se presume, leyó William Shakespeare. Ni hace falta decir que la causa del vahído inminente no era en absoluto el precio de los volúmenes.Umberto Eco, que conocía en carne propia la angustiosa emoción del coleccionista -esa emoción secreta, sin histeria, de puertas adentro-, explicaba que el bibliófilo no es alguien que ama la Divina comedia: es alguien que ama esa determinada edición y ese determinado ejemplar de la Divina comedia. No habría que concluir que a los coleccionistas no nos importa Dante, sino que hay una historia en el objeto que no es la historia contada por sus palabras. Es una historia de...

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