'Era una bestialidad'. Es argentina, vivió 10 años de apartheid en Sudáfrica y recuerda el horror de un sistema inhumano

Cédula de identidad sudafricana de Naón Roca, donde se la identifica como "White person".

Orden. Esa es la primera palabra que viene a la mente de Enriqueta Naón Roca cuando recuerda su desembarco en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 1967. Ella (21) y su flamante marido (24) habían pasado los últimos 22 días arriba de uno de los últimos barcos que conectó Buenos Aires con Sudáfrica. Al pisar tierra firme, los recién casados se encontraron con una ciudad magnífica: plazas sombreadas, coloridas casas de estilo inglés, playas extensas y desoladas y un horizonte de montañas. "Era una de las ciudades más lindas del mundo", recuerda hoy, a sus 78 años, antes de anticipar lo que cualquiera que conozca al menos por encima la historia de Sudáfrica puede adivinar.

Naón Roca tardó semanas en descifrar lo que aquel orden, aquella aparente tranquilidad citadina, escondía. Básicamente, tardó en comprender lo que la palabra "apartheid", que le había sonado tan abstracta cuando la escuchó por primera vez, en Buenos Aires, implicaba. "Al tiempo, empezamos a darnos cuenta de que todo estaba prolijamente separado: en el correo había una fila para ‘blancos’ y otra para ‘no-blancos’. En la plaza había bancos diferenciados, y a veces hasta ubicados en áreas diferentes. Supimos que las playas que estaban cerca de la ciudad en realidad estaban vacías porque eran solo para los ‘blancos’, la minoría. Había hospitales diferentes, escuelas diferentes, trabajos diferentes. Hasta asientos de colectivo diferentes", recuerda la escritora y traductora desde una cafetería de Palermo, 56 años después, pero con los recuerdos y el asombro aún intactos. En su momento, le llamó la atención que, en general, la gente soportaba el sistema. Pero no siempre era así.

El apartheid rigió la vida en Sudáfrica durante 44 años, desde 1948 hasta 1992.

Chinos, no; japoneses, sí

Naón Roca Tardó meses en conseguir su cédula de identidad sudafricana. Y cuando por fin la obtuvo se llevó una nueva sorpresa. Allí no figuraba su nombre, solo su inicial y el apellido de su marido, y, por encima de todo, una inscripción, la única que parecía realmente importar: "Blanke- White Person".

Quienes en su documento tenían la inscripción opuesta conformaban un grupo de lo más variado. Dentro de los "no-blancos" estaban incluidos los zulúes, los x’hosas -dos pueblos originarios sudafricanos-, los mulatos y los hindúes. También los asiáticos, pero con excepciones: por cuestiones comerciales y diplomáticas, los comerciantes japoneses, los taiwaneses y los coreanos del sur eran considerados "blancos honorarios". "Ellos podían sentarse en el mismo restaurante que un ‘blanco’, por ejemplo. Pero los chinos no. ¿Cómo los distinguían? Bueno, eso generaba un montón de equivocaciones. La policía, unos rubios que parecían rugbiers, por ahí metían preso al embajador de Japón, hasta que se dilucidaba que el tipo era japonés y lo largaban", recuerda Naón Roca.

Pero las prohibiciones más problemáticas eran, en verdad, las que regulaban la cuestión habitacional y laboral, por ejemplo, la ley que prohibía que las personas consideradas ‘no-blancas’ pudieran vivir e incluso circular a determinadas horas...

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