Besos, sesgos y mediciones del PBI: qué tan confiables son las conclusiones académicas

Los experimentos en psicología avanzan a paso firme, con resultados a menudo revolucionarios. Uno de ellos fue el publicado en 2011 por Daryl Bem en el prestigioso y exigente Journal of Personality and Social Psychology (JPSP). Fue el premio tras 10 años de investigación y miles de sujetos testeados en experimentos. En su ensayo más famoso, Bem pidió a cada individuo anticipar detrás de qué cortina oscura aparecería una foto pornográfica (la imagen sexual sugiere la existencia de un "sexto sentido" evolutivo). Bem midió una y otra vez, encontró un efecto extrasensorial leve y armó un artículo que comenzaba con la extrasensorial frase Feeling the Future (presintiendo el futuro).

Pese a ser un desafío a la ciencia tradicional, hoy nadie recuerda los hallazgos de Bem. Y la razón es que estos efectos son falsos. El interrogante de cómo llegó a publicarse algo tan temerario tuvo por respuesta de los editores del JPSP que el trabajo había superado las exigencias usuales para la selección. El corolario es preocupante; el filtro no es suficiente para asegurar la calidad científica de tantos otros trabajos menos aventurados. Los métodos de selección parecen demasiado permisivos, pero se necesitaba un elefante en el bazar para hacer sonar las alarmas.

Emulando el famoso affaire Sokal (aquel físico que logró publicar un artículo lleno de sinsentidos en una importante revista de humanidades), tres psicólogos enviaron al JPSP un artículo absurdo en el que "demostraban" que tras escuchar la canción de los Beatles "When I’m Sixty-Four", los sujetos se volvían más jóvenes. Sus métodos eran análogos a los de Bem, y cuando el mundo académico se percató de que este artículo risible no podía ser rechazado con contundencia, se decretó la necesidad urgente de actuar.

El JPSP publicó poco después una refutación del artículo de Bem, pero el daño estaba hecho. Los debates para distinguir efectos reales de ficticios se multiplicaron, y la preocupación principal fue que la mayoría de los artículos no eran replicables. La expresión "crisis de replicación" tomó vuelo y descolocó al mundo académico. Las universidades debían redoblar la investigación en temas remanidos, y las revistas debían dar un espacio para aceptar artículos "gemelos". La buena ciencia cuesta.

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