Beck, el alquimista de la canción sin etiquetas

¿El resultado de un plan perfecto llevado a cabo con quirúrgica malicia o un artista inspirado en busca de su mejor canción? Beck volvió a editar un álbum de manera ortodoxa después de seis años en los que se dedicó a experimentar diferentes formatos y apuestas artísticas: grabó canciones para bandas de sonido, produjo a Charlotte Gainsbourg y Stephen Malkmus, armó efímeros supergrupos con amigos para registrar, en una sola jornada y de principio a fin, discos clásicos de INXS, Yanni, Velvet Underground y Leonard Cohen; se puso al frente de una orquesta de más de 170 integrantes para una versión de "Sound and Vision", de David Bowie, sponsoreada por una lujosa marca de automóviles y, en estos tiempos digitales, publicó una docena de partituras en papel como si fueran un álbum.

Así las cosas, llega para ocupar el duodécimo casillero de su ecléctica discografía, pero, en rigor, se acomoda en la discoteca justo al lado de , aquella pequeña gran obra maestra que Beck registró en 2002, con el corazón en la mano y el instinto melancólico a flor de piel.

Aunque , por suerte, es más una continuación que una segunda parte de aquel álbum (todos sabemos qué suele suceder con las segundas partes). Al igual que un viejo druida vuelve a cocer su poción mágica respetando la receta secreta, Beck recrea en esta obra el ámbito que rodeó aquella grabación de hace doce años: convoca a los mismos músicos, se calza su vieja guitarra acústica, decora las canciones con arreglos de cuerda a cargo de su...

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