El barbero de Sevilla se instaló en Tucumán

TUCUMÁN.- Fígaro es un personaje entrañable. Ficcional y de ubicación temporal incierta, antes o después de 1700, con cierta holgura, sus certezas geográficas, en cambio, son inapelables. El barbero es de Sevilla y maneja, según él mismo lo manifiesta, navajas, peines y tijeras pero, habilidoso y codicioso por igual, ejerce cuanto oficio esté a su alcance con tal de hacerse con algún doblón. Y aquel héroe de la memorable trilogía de Beaumarchais, que había sido traído al mundo de la ópera por Mozart, en Las bodas de Fígaro, y con títulos menos perdurables por Giovanni Paisiello o Nicolas Isouard, entre algunos más, fue inmortalizado por Rossini, con la que, para muchos, es la más lograda comedia operística de todos los tiempos.Estrenada en Roma, en 1816, la obra ha recorrido el planeta aunque no todas sus ciudades. Desde 2014, habrá que agregar a Tucumán a la larguísima lista de las localidades que han visto las andanzas y los más sesudos planeamientos estratégicos que Fígaro aplica para lograr sus cometidos. Fue muy digno este Barbero de Sevilla, o de Tucumán, quien, en el Teatro San Martín, tuvo a su cargo la apertura del perenne Septiembre Musical Tucumano.Más allá de que la Orquesta y el Coro Estables de la Provincia y algunos de los integrantes del elenco son tucumanos, en esta producción intervienen cantantes de otras regiones. El Fígaro en cuestión fue protagonizado por Gustavo Ahualli, un tucumano que reside en Washington y que, desde allá, desarrolla su carrera. La pareja de enamorados, la del Conde de Almaviva y Rosina, estuvo a cargo de Carlos Ullán y María Luján Mirabelli. Luciano Miotto hizo ese Bartolo cuya malignidad queda muy por debajo de sus mínimas capacidades intelectuales y otro tucumano, Alfredo Luis Tiseira, fue Don Basilio. A todos ellos los dirigió Emir Saúl, un marplatense importado habitualmente por el Ente Cultural de Tucumán para sus eventos operísticos. Dentro de un nivel...