Los que bailan sobre nuestros muertos

No quiero la ESMA, ni la renuncia de los funcionarios, ni siquiera un pedido de perdón. Han ido demasiado lejos, pasaron los límites de los que cuesta regresar. Profanaron. Pisotearon lo que es sagrado, la dignidad de lo humano. Por eso el problema no es de los que hemos honrado a nuestros desaparecidos sin hacer de sus sacrificios un oportunismo político , sino de los que pueden bailar sobre nuestros muertos.

Reducidos a fantasmas, vale para los desaparecidos la condición de muertos vivos, separados del mundo y por eso desconocidos. De modo que no se puede bailar sobre lo que no existe sin antes exorcizar esa monstruosidad que significó hacer desaparecer los cuerpos para negar el crimen, lo que nos obliga a los sobrevivientes a repetir sus nombres hasta nuestro último aliento. Quien sea incapaz de reconocer y respetar lo que significa ese calvario ha sido tragado, deformado por esa misma monstruosidad.

La ESMA fue mucho más que una cárcel clandestina. Fue el más tenebroso experimento de crueldad que unió a "los réprobos con sus demonios, al mártir con el que encendió la pira", tal como describió Jorge Luis Borges en una crónica memorable escrita el día en que asistió al Juicio de las Juntas y escuchó el testimonio de uno de los sobrevivientes de la ESMA.

Yo estaba entre aquella centena de personas que, como el escritor, asistían incrédulos a lo que Borges luego narró: "Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de cinismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal. ¿Qué pensar de todo esto?"

La pregunta está aún sin responder y depende más de la filosofía y la teología que de la política y la historia. Si para Borges aquella noche el mal se vistió de inocencia, el asado en la ESMA organizado a fin de año por el ministro de Justicia, Julio Alak, carece precisamente de inocencia. No sólo desnuda la dureza de los corazones, sino una concepción de poder que cree que alcanza con una murga para llenar de vida lo que es un lugar tenebroso: la ESMA está poblada de los gritos...

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