La atávica superstición argentina de negar los problemas

La Argentina y los problemas

Injustamente olvidado, Marco Denevi fue uno de los grandes escritores argentinos . Siguiendo un mandato familiar estudió derecho y trabajó durante años en la Caja de Ahorro, hasta que repentinamente tomó la decisión, que meditó apenas dos días, de librarse de esa burocracia. Durante el primer año de emancipación sufrió penurias económicas, pero nadie se enteró. En esa decisión arriesgada fue un Gauguin, todo lo contrario del conservador argentino. Acertó: basta recordar que Ceremonia secreta llegó al cine protagonizada por Elizabeth Taylor y Mia Farrow, o que Rosaura a las diez hubiera recibido el premio al mejor guion del Festival de Cannes de no haber sido por el lobby italiano que torció la voluntad del jurado.

Su padre tenía la costumbre de plantar un árbol cada vez que nacía un hijo, en el fondo de la casa donde vivían. A Marco le tocó un laurel. "Mientras yo me volvía viejo mi laurel se volvía inmenso. A su sombra levanté mi cuarto de trabajo, lejos de la casa. Todas las mañanas acariciaba sus troncos rugosos, aspiraba su perfume. Yo sentía que el laurel me transmitía su fuerza tranquila", me contó. Lo miraba mientras tocaba en el piano los tangos de Arolas. De a poco la casa se fue despoblando: hermanos y padres se fueron casando, independizando o muriendo. Después de haber vivido allí toda una vida, Marco descubrió que se había quedado solo. Dilató la mudanza todo lo que pudo. En esto sí cayó resueltamente en el conservadurismo. Pero la insistencia de algunos amigos terminó por convencerlo: la casa era demasiado grande para él y estaba lejos de los médicos a cuyos tratamientos debía asistir.

Se mudó a un departamento en el barrio de Belgrano, muy cerca de la avenida Cabildo , en una calle transversal. Corrían los años 90 y, por aquella época, yo dirigía una borrosa revista literaria. Una noche llamé a Denevi por teléfono para concertar una entrevista. Me pidió que escribiera las preguntas en un papel y se las mandara. Fui hasta el departamento con la esperanza de que me recibiera. No fue así. Cuando toqué el portero eléctrico me dijo que pasara, pero la puerta del departamento, que era allí mismo en la planta baja, permaneció cerrada. Esperé en vano que se abriera hasta que una voz resonó del otro lado, impartiendo una orden suave pero firme: "Deslice la hoja por debajo de la puerta". Luego las respuestas llegaron también por escrito y por correo postal, mecanografiadas, con su firma.

El doble...

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