Ascenso y caída de una maravilla futurista

El primer disparo se escuchó a las 3.12 de la madrugada. Hubo un silencio atroz, seguido de un grito apagado que pareció provenir de una mujer. Unos segundos después el hombre que portaba una Parabellum 9 mm descargó otras tres balas del tipo Black Tolon que atravesaron la puerta cerrada del baño de la mansión en Silver Woods Estate, antes de destrozar el cerebro de la víctima. La puerta estaba aún cerrada, pero el hombre de baja estatura, que estaba parado frente a ella sobre sus muñones, comprendió que había cometido un error. Corrió a buscar un bate de béisbol y golpeó con furia la puerta hasta que la abrió. Reeva Steenkamp, su novia de 26 años, estaba tendida sin vida sobre el inodoro. Entonces la alzó en sus brazos, tendió el cuerpo en el piso de mármol y quiso detener en vano con una toalla el torrente de sangre que salía de la cabeza. Presa del pánico, se dirigió al cuarto en donde ambos habían dormido juntos esa noche, se calzó las dos piernas ortopédicas y salió a buscar ayuda. Tenía parte del cuerpo ensangrentado, no paraba de gritar. Sentía náuseas por el olor de la sangre en sus manos. Unos minutos después llegaron la policía, los detectives y unos familiares. Oscar Pistorius regresó a la cocina, lloró amargamente y vomitó.

Su vida se había partido en dos.

La historia está contada en el comienzo electrizante de Pistorius. La sombra de la verdad, el libro de John Carlin que recrea el ascenso y la caída del atleta al que los sudafricanos de la era pos apartheid amaron como a un héroe nacional. Criado en una familia blanca y calvinista de clase media alta, Pistorius nació el 22 de noviembre de 1986 con una rara malformación genética conocida como hemimelia peronea: le faltaba el peroné en ambas piernas, los tobillos no habían terminado de desarrollarse, tenía los pies retorcidos y los empeines conversos en vez de convexos.

Cuando tenía 11 meses y después de numerosas consultas médicas, sus padres siguieron el consejo de Gerry Versfeld, el cirujano ortopédico que recomendó amputarle las dos piernas por debajo de las rodillas. La operación fue exitosa. Pero más lo fue la tarea que realizó su madre para inspirarlo. "Ozzie, los auténticos perdedores son aquellos que temen competir", le enseñó. Pistorius ingresó en el Pretoria Boys, un colegio en el que habían sido educados jueces y políticos y cuyo entrenamiento se asemejaba al de una institución militar. No había en él autocomplacencia: jugaba al rugby y montaba en bicicleta. Llevaba...

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