El arte de abrir nuevos conflictos sin cerrar ninguno

La Argentina se encamina a convertirse en un país donde casi todo lo previsible termina siendo inevitable. Una auténtica fatalidad (en sus dos acepciones) que puede ser trágica. Por imprevisión, impericia o desidia.hasta límites inaceptables en un Estado de Derecho, así como para resolverlo, expone la precariedad de las instituciones, la ruptura de normas básicas, la improvisación en la toma de decisiones de los funcionarios y, finalmente, una destrucción de la confianza política.Por encima de todo eso asoman el acotado margen de maniobra y la acotada caja de herramientas de que dispone el Presidente, dadas la correlación de fuerzas dentro de la coalición gobernante y la acumulación de demandas y problemas irresueltos o agravados durante 10 meses de gestión.Resulta evidente que abrió un nuevo conflicto antes de cerrar el que tenía sobre la mesa (o en la puerta de su residencia presidencial, para ser más precisos).El jefe del Estado afectó seriamente de la relación con la oposición en su intento de satisfacer dos demandas en simultáneo: la de los policías bonaerenses amotinados y la de protectora de y jefa política del mayor espacio oficialista. Un triunfo para ella que lleva como moño el castigo a el aliado pandémico del Presidente.El inesperado e inadvertido golpe que le propinó Fernández al jefe de gobierno porteño inaugura una nueva etapa de conflicto en la dinámica política nacional, que ya venía afectada por un sinfín de desacuerdos y por la ruptura de bases mínimas de confianza.La reacción de la dirigencia de Juntos por el Cambio y las expresiones de anoche del jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires son apenas un adelanto, que excede la disputa en sede judicial. Consecuencias del regalo hecho a los halcones cambiemitas.Sin embargo, el costo a pagar por el Presidente, ante la solución elegida, podría resultar demasiado alto en tanto el conflicto inicial no parece del todo resuelto. Las concesiones hechas desde la debilidad y no desde una posición de fuerza difícilmente aporten soluciones definitivas.Como si fuera una caricatura grotesca de otros tiempos, los policías que se levantaron contra el poder político en demanda de mejoras salariales y de condiciones laborales parecieron intentar un remedo, en clave decadente, de los levantamientos carapintadas que, entre 1987 y 1990, pusieron en jaque la frágil democracia recuperada. Pero la historia solo se repite como farsa.Por eso, si tras negociar con los militares alzados Raúl...

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