Argentinos, la imagen de la impotencia

Los equipos que persiguen ambiciones elevadas, como un título, pueden bastarse por sí solos, pero los que caen en desgracia son un barco al que no le alcanza con el sudor de los tripulantes. Para lo primero puede ser suficiente el talento, pero sacar la cabeza en medio de una crisis pide un esfuerzo que supera al de los responsables directos. Ayer, con la última luz natural, en la esquina de Gavilán y Juan Agustín García había un clima de asamblea: hinchas de Argentinos en grupitos, tranquilos, conversando; ahí mismo, unas horas después había desaparecido todo rastro de tolerancia. Tal vez era parte de aquella misma gente, pero ya cargada con la hostilidad que fue alimentando en la cancha y terminó devenida en insultos y botellazos.A esa última hora, a toda esa gente de Argentinos la unía la sensación de cosa juzgada. Antes había pasado por otras. Primero, la bronca, minuciosa y tempranamente descargada contra todos. Los jugadores la sufrieron a los 10 minutos, con el primer gol de Belgrano, y luego los demás, especialmente el presidente Segura, objeto de agravios con nombre y apellido y destinatario especialísimo del "el Bicho no se vende" y el "que se vayan todos" . Después, una especie de resignación. Intuyen que esta caída libre del equipo es tan irreversible como la salvación de Independiente, beneficiario directo de la quinta derrota consecutiva del equipo de Caruso Lombardi.La cuestión es que, más allá de la desesperación y el desbande en el momento en que el sentimiento podría tender a una actitud más constructiva (anoche, por momentos ni siquiera los gritos de...

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