La argentina cambió su cara para volver a la mesa de los grandes

BRASILIA.– En 1990 comenzaba a derribarse el muro de Berlín, Alemania se unificaba y Nelson Mandela terminaba con el calvario de su prisión. Ayrton Senna ganaba su segundo campeonato de Fórmula 1. Andrés Gómez derrotaba a Agassi en la final de Roland Garros y Gaby Sabatini se coronaba en el US Open ante Graf. Danza con lobos se llevaba el Oscar a la mejor película. Soda Stereo lanzaba el álbum Canción Animal. La Argentina se estremecía con el alzamiento carapintada de Mohammed Seineldín. James Buster Douglas sorprendía al mundo al derrotar por KO a Mike Tyson. En Chile se acababa la dictadura de Augusto Pinochet y Mikhail Gorbachov asumía como presidente soviético. Leo Messi tenía 3 años, Di María y Gonzalo Higuaín dos y Marcos Rojo apenas andaba por los tres meses. La selección llegaba por última vez a una semifinal de la Copa del Mundo. Hasta ayer.Demasiado tiempo atragantado. Goyco convertido en leyenda, pero el póster ya estaba ajado y amarillento. Parecía que aquel Italia 90, exultante de emociones pero de juego ruinoso, había clavado una maldición. Como si el destino, vengativo y rencoroso con aquella propuesta mezquina, hubiese decidido vaciar de alegrías el futuro albiceleste. Hasta ayer. La resistencia de un grupo comprometido encontró el conjuro exacto y quebró un embrujo que gobernó durante 24 años. La Argentina vuelve a sentarse a la mesa de los grandes, los que animan la Copa del Mundo hasta el último suspiro. La Argentina otra vez es semifinalista de un Mundial y, como piso, cumplirá la extraviada sensación de recorrer las siete estaciones que legitiman regresar a la elite.La recuperación del killer, la vivacidad del duende y un puñado de guerreros despedazaron el estigma. Finalmente, Sergio Goycochea puede descansar. La imagen de sus atajadas en los penales ante Brnovic y Hadžibegic, para eliminar a Yugoslavia, desde ahora despertarán exclusivamente admiración y gratitud. Ya no añoranza. De Florencia a Brasilia, del Artemio Franchi al Mané Garrincha, un viaje eterno enmascarado en pesadilla. Del angustioso 3-2 en la definición por penales que hasta falló Maradona, a este 1 a 0 con los sofocones del final. Aquellos gritos de felicidad que superaron las dos décadas definitivamente quedarán como una letanía, apagados por una nueva explosión.A veces, un estado de ánimo puede alcanzar hasta para ser campeón. Ya se había anticipado. El grupo que sostiene la ilusión, emocionalmente rocoso como nunca, futbolísticamente fundido detrás del...

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