La Argentina y el problema endémico de la gestión del futuro

El largo plazo en la Argentina, una asignatura pendiente

Un cartel fijado en la puerta de un negocio anunciaba, hace algunas semanas, en los momentos en que la distancia entre el tipo de cambio oficial y el paralelo no paraba de aumentar: "Cerrado por falta de precios". El propietario podría haberlo expresado de otro modo: "El cortísimo plazo se ha vuelto imprevisible".

En efecto, el regreso de una inflación extremadamente elevada provoca una vez más que la sociedad argentina haya visto colapsado el espacio temporal en el cual es posible tomar decisiones, es decir, ha visto cancelado el futuro, entendido no como algo que ocurrirá por el puro transcurso del tiempo, sino como el sitio en el que la acción humana, con más o menos intención y más o menos eficacia, ve realizados algunos de sus propósitos. No un sitio al que se llega, sino un sitio que se construye colectivamente.

La relación de nuestra sociedad con el futuro es problemática desde hace mucho tiempo. La recurrencia de crisis económicas, cuya frecuencia es considerablemente mayor que en otros países de la región y que ha conducido a que desde 1969 se cambiara cinco veces de moneda, una inflación que, en el último siglo, fue del 105% anual en promedio, son algunas de las razones que dificultan a los actores individuales y colectivos proyectarse en un futuro imaginado y deseable. Pero, a la vez, en un proceso iteractivo que se autogenera y amplifica, la imposibilidad de cooperar para realizar propósitos comunes es también causa de esas crisis.

Esa dificultad de coordinarse para cooperar en beneficio mutuo plantea, para decirlo con una expresión de Norbert Elias, un déficit civilizatorio entre nosotros, en la medida en que uno de los propósitos fundamentales de la construcción de esa inmensamente compleja forma de sociabilidad que permite vivir juntos a individuos no vinculados entre sí por lazos de parentesco ni, en los tiempos modernos, por creencias compartidas ni visiones del mundo comunes es, justamente, la reducción de la incertidumbre respecto del futuro.

Si en una interpretación elemental de ese propósito es posible decir que se trata fundamentalmente de evitar la violencia en la competencia por recursos, los instrumentos diseñados para reducir ese riesgo -lenguajes abstractos, instituciones, técnicas, tradiciones- han convertido a la nuestra en una cultura de control del futuro

En ese escenario tienen un sitio predominante los instrumentos vinculados con la gestión de riesgos...

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