En la Argentina hay que pensar todo de nuevo

Temprano todavía para sospechar del nivel de demolición institucional que el kirchnerismo alcanzaría, el sociólogo Eduardo Fidanza me tranquilizó una tardecita en la calle Bouchard: "Cruzarán muchos límites pero tienen uno infranqueable y paradójico -me dijo de un modo clarividente-. Cargan con el mandato existencial de ser políticamente correctos y eso actúa como un freno inhibitorio". La corrección, esa vacuna del "buenismo" compuesta por reglas de convivencia humanitaria y respeto por las minorías, a veces pasa de benéfica a tóxica. Es que mejora a las sociedades y recorta los autoritarismos, pero también hace estragos y amordaza cuando se extrema, como ocurre en muchas capitales de la Argentina y del mundo, y por supuesto en el corazón de una Europa cada vez más tilinga, donde ahora la lucha resulta diametralmente opuesta: "La presión sobre la libertad de opinión se ha hecho inaguantable -dice el lúcido escritor español Javier Marías-. Se miden tanto las palabras (no se vaya a ofender cualquier tonto ruidoso, o las legiones que de inmediato se le suman en las redes sociales) que casi nadie dice lo que piensa".

La pequeña burguesía culta e informada y las elites políticas quedaron aisladas de la clase media rasa y el proletariado industrial en los Estados Unidos. Trump rompió las reglas para darles voz y representarlos aun en sus prejuicios y pulsiones más siniestras, y por lo visto gobernará con la incorrección más salvaje. Esa fórmula del éxito hace pensar mucho a los exitistas argentinos, que cavilan si en la próxima reencarnación no deberían imitarlo. La reforma inmigratoria de Macri, que con semejante corrimiento global hacia la derecha parece un rezagado socialdemócrata, recogió el 80% de aprobación popular, y este dato no ha pasado inadvertido en los campamentos de la oposición donde se discuten las estrategias a mediano y largo plazo. No saben todavía, claro está, si Trump triunfará económicamente y por lo tanto si será cool (y contagioso), o si se convertirá con el tiempo en un quemo absoluto. Pero su nacionalismo trágico les encanta, los justifica, y su desprecio por la "partidocracia" les recuerda los apolillados apotegmas del primer Perón.

Por lo pronto, Guillermo Moreno ha tenido la valentía de decir este verano lo que muchos dirigentes piensan y callan: "Trump es medio peronista... creo que se instala la posibilidad de un nuevo eje Washington-Moscú-Roma". El asunto tiene una cómica complejidad, puesto que las brújulas están...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR