Arde el mar

Estos días ardientes de canícula boreal el aire infestado de mosquitos pesa casi tanto como el agua amarronada del mar enfermo de unas algas llamadas sargazo.

Incapaces de permanecer quietos en sus casas refrigeradas por la brisa pérfida del aire acondicionado, los habitantes de la isla y los forasteros de paso invaden las playas como si en ellas pudiesen mitigar el avance vicioso de la ola de calor y se remojan en el mar contaminado de algas malolientes.

Algunos imprudentes salen a correr o a caminar, a montar en bicicleta o en escúter, expuestos a los rayos solares que penetran la agujereada capa de ozono, se ensañan con ellos como líneas invisibles de luces que reverberan a cuarenta grados centígrados en sus rostros impregnados de cremas protectoras y los deshacen lenta y minuciosamente en copiosas gotas de sudor.

Ya sabemos que el bicho humano raramente sabe estarse quieto. De su porfiada inquietud se originan casi todos sus males.

Residente en esa isla tropical hace treinta años, vecino de iguanas y lagartijas, de ardillas y mapaches, el escritor itinerante Barclays procura no salir de su casa de seis habitaciones y seis baños, se hunde en viejos sillones reclinables, lee las noticias del día en periódicos en inglés todavía impresos en papel, extraña a su madre que está lejos, recuerda a su hermana mayor que está muerta, piensa en sus hijas mayores que no le responden sus correos porque están hartas o avergonzadas de él y se ilusiona puerilmente pensando en una novela que ha terminado y será publicada el próximo año por una editorial española.

Si bien extraña a su madre y a sus hijas mayores, Barclays es razonablemente feliz, tanto que a veces le da pudor decirlo, temeroso de convocar a los duendes de la mala fortuna: es feliz porque escribe cuentos y novelas sin pensar un segundo en el dinero, de modo que puede darse el lujo de escribir exactamente lo que le apetece o viene en gana, puesto que lo que cobra por sus escritos acaba siendo un dinero menor que no afecta la calidad de su vida; es feliz porque dirige y presenta un programa de televisión todas las noches en el que dice exactamente lo que le apetece o viene en gana, un programa que se ve en varios países y le paga un dinero no menor; pero sobre todo es feliz porque ama a su esposa y a su hija menor y vive con ellas en una casa grande y desordenada, donde cada uno hace exactamente lo que le apetece o viene en gana, donde se celebra el egoísmo y el individualismo, una familia en...

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