Una apuesta a la fidelidad antes que al triunfo

Wado de Pedro y Juan Manzur

Tan al límite del cierre, como de los nervios. Así terminó el kirchnerismo por definir (pero sin anunciar aún) su fórmula presidencial, luego de una semana de hermetismo y dudas, de tensión y presiones extremas destinadas asegurar el control y la fidelidad de los postulantes. Sin lugar para la independencia, sin margen para la autonomía, con bajo riesgo de traición. Aun a costa de aumentar la posibilidad de una derrota.

La elección de Eduardo de Pedro para encabezar el binomio mayor expresa cabalmente los objetivos buscados por Cristina Kirchner , la gran electora del kirchnerismo, aun en su ocaso, después del fallido experimento de hace cuatro años, cuando llevó a la presidencia a Alberto Fernández, hoy su némesis.

La resolución de la fórmula exhibe, además, tanto el poder que aún conserva la vicepresidenta entre los propios como el debilitamiento sostenido de su potencia. Solo cuatro años separan el vértigo y la sorpresa del dedazo tuitero con el que impuso a Fernández de esta prolongada y trabajosa construcción para definir a sus nuevos delegados. Los gobernadores peronistas y Sergio Massa no fueron entonces parte de ninguna conversación como sí lo fueron ahora, en condición de socios adherentes, aunque socios al fin y al cabo, capaces de fijar condiciones.

Cristina Kirchner no pudo evitar, al mismo tiempo, que se visibilizaran las escenas de pornoestalinismo protagonizadas para evitar la competencia interna que encarna Daniel Scioli (apoyado por Fernández y sus ministros Victoria Tolosa Paz, Santiago Cafiero y Aníbal Fernández), mientras ella daba las últimas puntadas al armado electoral. El hermetismo con que se resolvió todo fue tal que algunos oficialistas llegaron a una conclusión plagada de ironía: "Casi llegamos a extrañar la monarquía absoluta. Por lo menos, ahí había una corte que participaba de las decisiones".

Tan claro es lo que significa la entronización de De Pedro en el sentido de preservar la identidad kirchnerista como el mensaje que transmite no haber satisfecho las inoxidables ambiciones de Sergio Massa de obtener la candidatura presidencial.

El ministro quedó en un segundo plano a pesar de haber sido, a lo largo del último año, el ancla de un gobierno al borde del naufragio permanente, con el apoyo de una buena parte del establishment empresario y gremial local y por sus contactos con el gobierno y las finanzas de Washington. Virtudes que al final son vicios. Demasiada heterodoxia, pero...

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