Angustia, el ciclón entró por la ventana a la cita por la gloria ante Real Madrid

MARRAKECH.- Ese encuentro de voluntades en el círculo central no es un abrazo triunfal, es el alivio universal. No cantan, no saltan, no celebran: es el bálsamo del reencuentro. Detrás de la angustia, del ahogo, del encierro, del agobio, la recompensa mundial. San Lorenzo acaba de alcanzar por primera vez en su historia la final del Mundial de Clubes, chocará contra Real Madrid, el club de los clubes, en el partido de sus vidas, y no celebra. No festeja. Apenas si puede respirar. Alguien que les avise, por favor: San Lorenzo es finalista. Ni cuenta se da. De tan aturdido, de tan vulnerable. No tiene fuerza para llorar de emoción, de felicidad, de lo que fuera. San Lorenzo está a un paso de atravesar la cúspide del mundo y se siente un mendigo. Un intruso en un festín ajeno.

Debe temblarle el pulso, todavía. El Ciclón acaba de ofrecer una función ordinaria, una pieza de colección para los suburbios. Una bofetada a su historia, a su bandera. Ni garra, ni fútbol. Ni valentía, ni personalidad. Auckland City le cortó las piernas. Una tortura futbolera. Ni táctica, ni empuje. Ni pases largos ni cortos. Está mudo San Lorenzo, el mismo que queda disfónico luego de tantas batallas heroicas. Es una piltrafa parecida a los retazos del torneo doméstico. Pero gana. El triunfo es noble, es generoso: le cuesta sangre, sudor y lágrimas, si se permite la exagerada comparación con crónicas nada deportivas.

El triunfo lo mortifica: ni ganas tiene de saborearlo. El triunfo, sin embargo, es el trampolín a la finalísima. Pequeño, agachado, débil, pero ganador. San Lorenzo supera una prueba de fuego. Vence, al menos en el marcador, a las sombras, a los miedos. Gana por 2 a 1 en el tiempo extra y pasa a la siguiente pantalla. Toda, pero toda la presión la tiene ahora Real Madrid, la Casa Blanca que cobija los 21 triunfos en fila.

Ya sin fantasmas, San Lorenzo debe ser otro. Va a ser otro. Si anteanoche tenía un mundo que lo aplastaba, con todo por perder, pasado mañana, en el choque final, tiene todo por ganar. Si cae, será de pie. Si gana, el mundo a sus pies. Auckland City le provoca un nudo en la garganta, aprisionado, asfixiado. Ahora, va a recuperar la voz. Se siente a gusto ser David, Goliat siempre fue el otro. Un exorcismo liberador. La angustia queda archivada como un capítulo más de su leyenda del sufrimiento una noche, verdaderamente, de la gran miércoles. Un nuevo San Lorenzo acaba de nacer ahora mismo. La liberación del espíritu que lo atormentó vuela...

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