AMIA, a 20 años: el dolor de las familias, sin consuelo ni justicia

Un estruendo inexplicable, como de otro mundo. Pies vacilantes e incrédulos que con esfuerzo llegan hasta el sitio en el que reina "un olor raro, nuevo, mezcla de remedio y de algo que se ha quemado".Escombros, polvo, gritos, llantos desgarradores, camillas que van y vienen, corridas y la sensación permanente: "Esto no puede estar pasando".Hoy se del atentado terrorista que voló la vieja sede que la (Asociación Mutual Israelita Argentina)tenía en la calle Pasteur al 600. El saldo: 85 muertos. Pero los olores, las imágenes y los sonidos de aquella mañana de horror y muerte siguen ahí, intactos en la memoria de quienes perdieron a sus seres queridos.Una de esas 85 vidas truncadas la mañana del 18 de julio de 1994 fue la de Abraham Plaksin, maestro polaco que llegó al país a los 7 años escapando de las garras del nazismo. A los veintipico viajó a Israel para defender al naciente Estado judío, y encontró la muerte en la AMIA a los 61. Hoy, sus hijos Sandra y Gabriel siguen sintiendo la misma orfandad, el mismo desconcierto y la misma desazón que aquel lunes en el que sus vidas cambiaron para siempre.Sandra, psicóloga y empleada en un juzgado, ofrece té y una sonrisa amable y algo triste en la cocina de su departamento de Caballito. Beto, su marido, y su hija menor la acompañan dando vueltas por la casa, junto a su perra, Sasha, que ladra con cada timbre del portero eléctrico. Gabriel llega, pero no se sienta a la mesa, ni lo hará en el largo rato que dure la charla con LA NACION. Se queja de una contractura. "Yo también estoy contracturada", le dice, amorosa, la hermana mayor.Con mamá Aída en su casa, pero presente en los diálogos casi a cada rato, los recuerdos fluyen, dolorosos pero sin esfuerzo. "Todos los años en estas fechas me acuerdo de qué hacía a cada hora, si me vi o no con mi papá el día anterior, todo", dice Sandra.De inmediato llega el momento crucial. "Vivía a la vuelta de la AMIA, en Larrea y Viamonte, y estaba durmiendo con mi hija mayor, que con tres años se había pasado a mi cama. Escuchamos el estruendo y Beto se tiró encima nuestro para protegernos. Se levantó y salió a la calle. Volvió diciendo que sí, que había sido la AMIA. Y que no había quedado nada", monologa la dueña de casa.Gabriel se recuerda levantándose en la casa que aún compartía con sus padres en Palermo. Se recuerda llegando a los humeantes escombros en los que se había convertido la AMIA pasadas las diez de la mañana. A diferencia de su hermana, que buscaba entre las...

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