Un almuerzo con Pablo Neruda

Son los ojos de una mujer enamorada. Es el destello en las pupilas del parpadeo de las luciérnagas y el fulgor del relámpago que trae lluvias demenciales, y en los oídos el graznido de las gaviotas y el murmullo de las caracolas y el mar. Es en los labios la humedad perlada de la espuma y el ardor malicioso de la sal marina. Es la voz de una mujer enamorada -un temblor debajo de la risa- la que este mediodía evoca en casa a Pablo Neruda. Ha regresado de Chile con los versos más tristes entrelazados en la boca, y nos ha devuelto a sus amigos, sentados a la mesa en la hora del almuerzo, a los amores furibundos de la juventud primera y a los desamores torrenciales que irremediablemente les seguían. A hurtadillas en las horas de clase, inclinados sobre el pupitre y ahuecando la mano sobre el papel con tal de escabullirnos de la mirada severa de los maestros, escribíamos cartas de amores desesperados que, convenientemente doblada la correspondencia, dejábamos discretamente en el escritorio de la muchacha que nos arrobaba. Puedo escribir los versos más tristes esta noche... Amores fugaces como un rayo, una punzada en el corazón, la letra tiritando bajo la tenue luz de una lámpara en el dormitorio en penumbras, cerca de la medianoche. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Ha estado en las casas de Pablo, ha recorrido las tres casas de Pablo que tanto se parecen, exuberantes y oceánicas, embriagadas de naturaleza; apenas ingresar en ellas se percibe el sonido de los pájaros y de los insectos, los olores de los bosques y de la selva, la danza de las medusas y el movimiento de los peces y otros animales marinos en el mar embravecido, porque en cada habitación está la memoria de Neruda, la celebración de la vida y la ensoñación que sigue provocando su poesía.

En La Chascona, en Santiago, se le humedecen los ojos cuando imagina el lamento de quienes se han acercado allí para despedirlo una noche en medio de las ruinas y el barro, ateridos de frío bajo la lluvia, porque Matilde quiso que todo quedase tal como lo...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR