El corazón en el Gasómetro, el alma en la gran esquina

Sólo ellos saben lo que les costó. Los de antes y los de ahora. Los gauchos, los santos, los matadores, los cuervos... Los del tango y la bohemia. Los que están y los que no. Vibra San Lorenzo por una conquista épica. Se ilumina un cielo azul en el que, por única vez, brillan estrellas rojas. Son guiños que saludan al campeón de América. Son destellos que agitan las banderas de San Lorenzo con la nostalgia y el perfume de Boedo. Hay que rendirse delante del campeón de América.Cada situación fue impactante a la vista de los que llegaron primero. Desde cómo fueron tapizándose los escalones hasta la ansiada vuelta olímpica. En realidad, hacía rato que la música daba vueltas por las cabezas de todos. Era imposible dejar de tararear las viejas letras del querido Ciclón. La Copa Libertadores, que descansó a un costado, brillaba como una novia radiante. Todos querían invitarla al primer vals.Qué decir, entonces, de la bienvenida para los guerreros con armadura azulgrana. No se escuchó nada por el rugido. No se vio nada por las lágrimas. Los hinchas de San Lorenzo quedaron en un estado de emoción pura. Hubo que estar ahí para entenderla. Generaciones y generaciones que vieron como el tiempo quedaba detenido en un instante. Justo ese. El del club de sus amores, en un momento único. "Por la gloria", fue el mensaje de puño y letra de la platea Sur. La popular respondió a su modo: papelitos, globos y fuegos artificiales, como si la noche precisara más luz.Algunos, con la enésima mención del papa Francisco, el hincha más conocido de San Lorenzo, tomaron el asunto como un situación litúrgica, entre rezos, plegarias, miradas al cielo o, apenas, una medallita en la boca. Todo valió. Si hasta el mismo Bergoglio estuvo representado por una estatua esculpida en madera de pino, que se vio ni bien cayó la tarde. Tampoco faltaron los imitadores.El Nuevo Gasómetro quedó chico. Cualquiera lo hubiera quedado: el Monumental, el Maracaná, el Santiago Bernabéu o el Olímpico de Roma. Lo mismo hubiera dado el nombre o las coordenadas. Una entrada valió un tesoro. Muchos, ya en la dura reventa, no dudaron en pagarlo: un boleto llegó a costar 10.000 pesos, según se ofreció por Internet. Cualquier lugar dentro del estadio sirvió: una butaca, un escalón, un lugar de salida, un puesto de gaseosa. La pasión desbordó cada sector, incluido el palco de periodistas.Hubo que cerrar las puertas de repente, cuando despuntaba el caos, cuando la masa quiso entrar sin entradas. La confusión duró unos...

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